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Maximalismos sobre el gas

Francisco Pomares

 

El consejero de Transición Ecológica, el socialista José Antonio Valbuena, descartó categóricamente el martes la introducción de gas natural en la isla, cerrando la puerta a la instalación de una regasificadora flotante en el puerto de Granadilla, reclamada en los últimos años por distintas administraciones. Valbuena choca con la posición histórica del PSOE de Tenerife: en efecto, los socialistas tinerfeños siempre han sido oficialmente partidarios de una instalación imprescindible en la isla, si se quiere reducir la dependencia de las centrales de ciclo combinado del fueloil, un combustible mucho más contaminante que el gas, y que seguimos utilizando en centrales preparadas para usar el gas, y desde hace más de un cuarto de siglo, mientras se discute si el gas es bueno o es malo.

 

Valbuena rechaza el gas arrogándose desde el maximalismo una observación un tanto extravagante para un gestor público, que es la de que el Gobierno, en materia de energía, únicamente contempla el uso de renovables. No conozco a nadie que cuestione la imperiosa necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles, y la urgencia de producir una transformación radical del mix energético en las islas. Pero no creo que ni a Valbuena en uno de sus momentos más radicales se le ocurriera proponer la prohibición de importar queroseno para aviación. Nadie está dispuesto a sacrificar la conexión de las islas con el resto del planeta porque los aviones consuman combustibles fósiles, aparte algún delirio reciente, como el de una consejera del Cabildo partidaria del uso de hidrógeno verde en el transporte aéreo. Lo cierto es que mientras no se logren motores de hidrógeno capaces de levantar aeronaves, seguiremos usando combustibles fósiles en la aviación. Y lo mismo ocurre con la navegación marítima. A partir de 2025, la Unión Europea prohibirá el uso de fueles en todos sus puertos, y los barcos tendrán que usar gas como combustible, algo que ya hacen una gran cantidad de ellos. La decisión responde a que aunque el gas contamina, contamina menos. Y si Canarias no dispone de instalaciones de regasificación, los barcos preferirán hacer escala en Agadir, por ejemplo. Así de sencillo. El abastecimiento de las islas podría encarecerse, o se contaminaría mucho más, como ocurre ahora, cuando el combustible de los barcos de gas que se ven obligados a repostar en Canarias, se trae en gabarras desde puertos nacionales.

 

Valbuena hace bien en defender las energías limpias y apostar decididamente por ellas. Pero mientras se le llena la boca con declaraciones maximalistas, la práctica totalidad de la energía que consumimos en Canarias –incluso la electricidad que hace funcionar los coches eléctricos– se genera en nuestras centrales de ciclo combinado con un combustible –el fuel– mucho más dañino para el medio ambiente que el gas.

 

 

Solo Pedro Martín, presidente del Cabildo y compañero de partido de Valbuena, ha salido a criticar su baladronada: ha dicho que solo disponer de gas en los puertos puede impedir que Tenerife pierda su posición económica y su papel en la circulación de buques y mercancías. Martín ha dicho la verdad. Valbuena, no. Valbuena sabe perfectamente de lo que habla. Pero ha preferido decir lo que la mayor parte de la gente quiere escuchar: otra mentira sobre el eterno conflicto entre el bien –la energía limpia– y el mal –el gas–. La realidad es otra: el conflicto es entre el gas y el fuel más contaminante, entre que haya puertos capaces de garantizar el suministro a las islas y puertos incapaces de competir con los de su entorno, y a los que el gas llegue en gabarras.

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