Domingo, 14 Diciembre 2025
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Por Antonio Salazar

 

Vivimos tiempos en que los políticos tienen complicado generar adhesiones, razón por la quemuestran una tendencia generalizada hacia la sobreactuación y una tentación creciente hacia la demagogia. A veces funciona, como cuando hace unas semanas el presidente del Cabildo de Tenerife Carlos Alonso, avisado de una polémica que arreciaba, decidió anunciar que dejaba sin subvención un concierto de un cantante que, parece ser, se distingue por sus canciones machistas. Vivimos tiempos de enorme sensibilización con el asunto, así que no es baladí lo que se mueve y la forma en que lo hace en las redes sociales. Pero más allá del asunto musical y los límites que deben “imponerse” a la creación artística -aquello que desagrada no debe seguirse, no impedir a terceros que lo hagan-, el grueso del tuit del anuncio del presidente era memorable: descartaba que ese concierto percibiese fondo alguno de la Consejería de Turismo y que, existiendo una pequeña ayuda procedente de Cultura, se cancelaba de inmediato. A todo el mundo le pareció bien la reacción por más que muchos de los anuncios del concierto mantienen el logotipo de la institución insular, se supone que por no dar tiempo a su eliminación. También están presentes otras instituciones porque la capacidad de algunos para acumular dinero público es prácticamente ilimitada y no todos parecen tener la piel tan fina (o el olfato político tan agudo) como Alonso.

 

Pero es conveniente advertir sobre varias cuestiones que son igualmente relevantes a la hora de valorar la decisión. La primera, como resulta obvio, es si existe tan solo la voluntad de un presidente para dar y quitar ayudas o si existen actos administrativos tasados que impliquen la ausencia de arbitrariedad y la concurrencia de quien lo desee. Segundo, se abre una vía completamente novedosa en la que los políticos pueden comportarse caprichosamente eligiendo, por las más variadas e inexplicadas razones, qué conciertos deben patrocinarse o apoyarse y cuáles no. Tercera, un mismo acto parece que puede acogerse a múltiples ayudas y solo dependerá de los conocimientos administrativos de los promotores, de tal suerte que se convierten en compatibles apoyos de una misma administración pero provenientes de diversas áreas, es decir, el cabildo no da una ayuda, puede dar tantas como áreas maneje, lo que sin duda complica la vida de la oposición en su labor de vigilancia y control, enmarañando el normal funcionamiento de la administración, lo que está lejos de ser fortuito.

 

Así y todo, lo realmente llamativo es que los fondos públicos sean utilizados con tanta prodigalidad como arbitrariedad o ligereza. No hay dinero del cabildo o de ninguna administración que no proceda del abnegado esfuerzo de los ciudadanos vía impuestos y bien haríamos en exigir que no se malgaste en la forma que se viene haciendo. No ya por el puntual caso de un cantante que parece desafiar las convenciones sociales de hoy en día, debería ser una constante para abandonar la lógica actualmente existente para explicar los patrocinios institucionales a estas actividades: No parece de recibo que aquellos que no deseamos asistir a determinados conciertos por las más variadas razones (y el boicot individual puede ser una igualmente legítima) nos veamos impelidos a financiarlos vía ayudas bajo los más audaces argumentos. Tampoco que conociendo determinados actos culturales no los valoremos en la medida suficiente como para acabar comprando una entrada, mientras que aquellos que sí los valoran y crean que merece la pena acudir, se vean subvencionados por terceros. Es decir, más mercado y menos ayudas, más empoderamiento ciudadano y menos capricho burocrático.

 


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