Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

Francisco Pomares

 

El mundo de la economía se acerca a veces más al teatro que a la ciencia. BBVA fracasó en su intento de absorber al Banco Sabadell tras meses de batalla y mensajes triunfales. La OPA hostil se estrelló con una aceptación del 25 y medio por ciento de las acciones, muy lejos del 30 por ciento mínimo establecido por el propio BBVA. Pero lo sorprendente no es que una OPA con el Gobierno en contra fracasara. Lo sorprendente es la reacción del mercado: las acciones del BBVA subieron ayer un 6 por ciento y llegaron a marcar máximos históricos, con los inversores aplaudiendo la derrota. Mientras, los títulos del Sabadell caían estrepitosamente, como todo el sector bancario europeo, arrastrado por las turbulencias financieras en EEUU y teñido de números rojos. Un escenario ideal para comprobar que la lógica del mercado tiene más de prestidigitación que de lógica: el que pierde gana y el que gana se hunde. ¿Por qué pasa esto?

 

Bueno, la OPA del BBVA sobre el Sabadell nació con el aura de una gran operación destinada a redibujar el sector financiero. Prometía sinergias, liderazgo nacional y músculo internacional. Pero lo que pretendía ser una fusión amorosa se convirtió pronto en un matrimonio forzado. El Sabadell, curtido en rescates y nacionalizaciones, resistió como gato panza arriba. Y los accionistas, ante el ruido político y el escepticismo del mercado, prefirieron malo conocido a bueno por conocer. La operación fracasó porque BBVA optó por una propuesta prudente (cicatera, según versiones) que no convenció a los grandes fondos y tenía enfrente al propio Gobierno, que hizo lo imposible por frenarla, en un ejercicio indisimulado de intervencionismo, Moncloa presionó para proteger a un banco estratégico para el poder catalán. Lo que podría haber sido un pulso económico se convirtió en guerra política: el Gobierno de Sánchez defendiendo los intereses de sus socios catalanes frente a la operación de expansión de La Vela. Europea ha expresado su cabreo por la injerencia, pero, en el sanchismo, el enfado de Bruselas es otra medalla más en la solapa del poder.

 

El fracaso deja heridas: el presidente de BBVA, Carlos Torres, no dimite, pero ha perdido la partida y parte de su crédito. Quiso hacerse más grande y lo han dejado solo. Pero los mercados no castigan, sino lo contrario, leen el desenlace de otra forma: BBVA se libra del riesgo de absorber un banco problemático, evita una dilución de capital, mantiene su dividendo y su recompra de acciones, y preserva una liquidez que vale oro en tiempos inciertos. Así ha funcionado: se premia la renuncia. Cuanto menos te comprometes, más suben las acciones. Los inversores celebran que el banco no se haya embarcado en una fusión llena de riesgos regulatorios y tensiones políticas. El Sabadell, en cambio, se queda sin la prima de la OPA y sin un horizonte claro. Lo que ayer era un objetivo codiciado hoy vuelve a ser un banco mediano, vulnerable y dependiente del humor de los mercados.

 

La ironía es que BBVA gana perdiendo. Y el Sabadell preserva su independencia, pero pierde valor. La bolsa no premia la épica ni la ambición, sino la liquidez y la prudencia. En la economía del siglo XXI, el riesgo no cotiza. Pero lo más interesante no es la contabilidad, sino la política. La operación se ha frustrado porque el Gobierno español ha decidido ajustar el capitalismo a la aritmética parlamentaria y demostrar lealtad a sus socios. La fusión perjudicaba a sus aliados catalanes, y había que impedirla. Si Bruselas protesta, se la ignora, es la lógica que sostiene el proyecto sanchista: intervenir, condicionar, decidir quién gana y quién pierde según convenga a Sánchez. Esta OPA es una parábola sobre el estado real del capitalismo español, donde los intereses del poder pesan más que los del mercado. El mensaje a los inversores internacionales es que España no es un país previsible: mientras los accionistas del BBVA brindan con champán por su derrota, el banco sube, anuncia una nueva recompra de acciones y promete repartir dividendos récord. Sus analistas presentan el fracaso como “una victoria táctica”. No fusionarse es ahora una estrategia: se ha encontrado la narrativa necesaria para justificar el absurdo.

 

Quizá lo más sensato sea asumir que la economía moderna funciona como la literatura fantástica, pero con cifras. Un territorio donde los bancos se salvan perdiendo, los gobiernos intervienen con descaro y los mercados premian al que no hace nada. Los hechos contradicen los datos, los datos se enfrentan al absurdo y el absurdo sostiene el relato político. BBVA no compró al Sabadell, pero compró tiempo, prestigio y tranquilidad. El milagro (económico) del año: perder sin caerse, mentir sin sonrojarse y lograr que la bolsa te premie.

 

Extraño y milagroso mundo, este mundo nuevo.


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