Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares articulista

Francisco Pomares

 

La política española lleva años instalada en un nivel de crispación tan alto que cualquier chispa prende más rápido que el pasto seco en agosto. No parece que al Gobierno le preocupe apagar ese fuego: más bien al contrario, cultiva a sus propios pirómanos. Quizá el más entusiasta, el que se aplica a la tarea con más entisiasmo, sea Óscar Puente, ministro de Transportes, que ha convertido el exceso dialéctico en su única gestión.

 

Su última aportación al calentamiento del clima nacional ha sido aprovechar los incendios de Castilla y León y Cádiz —con muertos, centenares de personas evacuadas y miles de hectáreas arrasadas— para dedicar al presidente Mañueco una colección de chistes sobre sus vacaciones. No satisfecho con señalar que “las vacaciones están sobrevaloradas” y que Mañueco debía volver de Cádiz “porque se está quemando de arriba a abajo” su comunidad, remató con el comentario sobre que a los presidentes del PP “no hay una catástrofe que les haya pillado trabajando”. En Tarifa, donde las llamas avanzaban peligrosamente, se permitió ironizar diciendo que el incendio “le pilla más cerca” a Mañueco, “igual puede echarle una mano a Juanma” Moreno. Después borró el tuit, pero no cambió el tono de sus declaraciones.

 

El ministro se ha defendido de la bronca que él mismo ha montado asegurando que no se estaba “cachondeando” de la tragedia, sino denunciando la desidia con “ironía y sarcasmo”. O sea, que lo suyo no es falta de sensibilidad, ni mala educación. es que hay que entenderle el sentido del humor. Pero es que la tragedia no es precisamente un género para el lucimiento cómico. A un ministro se le supone, además de capacidad para afrontar sus competencias, un cierto decoro institucional.

 

Desde que Sánchez le nombró, Puente ha cultivado un estilo bronquista y faltón. Ha llamado “mentiroso e impresentable” a un alcalde, ha acusado a Feijóo de no tener escrúpulos “para ser amigo de un narcotraficante” y ha descrito como “política infantil y desleal” la actuación de adversarios parlamentarios. Ha ironizado sobre la supuesta falta de estudios de sus rivales y hasta ha reconocido que encargó a su equipo recopilar los insultos que recibe, quizá como combustible para su siguiente tanda de tuits. El balance no es precisamente brillante en términos de gestión, pero no se le puede negar cierta habilidad para la producción de broncas. Puente trabaja a jornada completa en la refriega permanente. Como si cobrara a tanto por insulto.

 

El país no precisa más crispación: de eso ya vamos sobrados. Con un país donde el debate político se parece cada vez más a una riña de bar retransmitida en directo, y en el que la confianza en las instituciones cae a velocidad de vértigo, la función de un ministro debe ser aportar calma, no combustible. Un ministro no está para buscar gresca, ni sumar sarcasmo a la tragedia. Está para trabajar, y para responder de su trabajo ante los ciudadanos. Y en eso último, por cierto, el PSOE tampoco anda muy puesto. Todavía se espera que Sánchez responda a la petición de reunión que le hizo Clavijo hace unos días. El presidente disfruta de sus vacaciones de monarca en La Mareta, aislado de los ruidos e insultos del mundo, mientras en las islas se acumulan los problemas. Tampoco ha interrumpido sus horas de asueto para hablar de los incendios que asolan la nación, con muertos y destrozos irreversibles en varias regiones. Es verdad que si ministro favorito sí ha hablado. He hecho unos chistes estupendos.

 

Uno se pregunta es si este estilo es friu8o de la excentricidad o mala crianza del ministro o responde a una estrategia de Gobierno. Porque la constante agresividad de Puente encaja en el clima que cultiva Moncloa: el de un PSOE que se presenta como víctima, mientras señala a la oposición como culpable de todo lo malo que sucede, real o inventado. Todos pagamos el precio, en forma de un debate público cada vez más tosco y menos útil. No se trata de exigir ministros de porcelana ni de esperar de nuestros gobernantes una solemnidad decimonónica. Se trata de que quienes ocupan un cargo de responsabilidad hablen y actúen como si comprendieran que no les pagamos por participar es un combate de boxeo, sino para administrar el país. Mientras Puente saca brillo a su próximo tuit y Sánchez disfruta del sol conejero atlántico, hay gente que lo está perdiendo todo, incluso la vida. Familias que siguen esperando ayuda y territorios que necesitan soluciones urgentes. El país no arde por un mal chiste: arde porque faltan manos para apagar los fuegos de nuestra sinrazón. Y eso, por desgracia, no se logra con sarcasmos. No nos hace falta un Ministerio del insulto.


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