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Morir para contar

Por Guillermo Uruñuela

 

Algunos han fallecido, varios han sido secuestrados y otros tantos han vuelto con secuelas psicológicas de por vida. Han visto la barbarie del ser humano; situaciones tan deleznables y miserables que uno tiene que hacer esfuerzos para llegar a comprenderlas.

 

Los corresponsales de guerra nunca han dudado a la hora de introducirse de lleno en las zonas más problemáticas del planeta. Su testimonio, generalmente, es tan aterrador como esperanzador y en el documental "Morir para contar" podemos ponerle rostro a todas esas personas anónimas que desde un lugar remoto se juegan el tipo para que entendamos lo que sucede en los conflictos bélicos.

 

Mientras veía con atención la hora y media que dura la filmación, no podía despegar mis sentidos de aquello que contaban. Explicaban sus vidas a través de la muerte en un ejercicio pragmático de comprensión vital. Juan Antonio Rodríguez en La Paz, Jordi Pujol en Yugoslavia, Miguel Gil en Sierra Morena o José Couso, más recientemente, en Bagdad, sepultaron sus cámaras o informaciones bajo el polvo y la metralla.

 

Corría el verano de 2009 cuando decidí comenzar mis estudios universitarios en la Facultad de Ciencias de la Información no sé muy bien aún por qué. A la deriva y absorbido por una pelota tuve que improvisar un plan alternativo fuera del verde. Gracias a la influencia de algunos profesores y de estos héroes caídos  me di cuenta que eso era lo mío. Quería contar a la gente lo que sucede a su alrededor de la manera más objetiva, sencilla y atractiva posible.

 

Sin embargo, diez años después y muy a mi pesar, veo que el periodismo, al igual que muchos profesionales, ha muerto. Varios motivos han resultado determinantes; uno de ellos es la pérdida de independencia y libertad económica (en este momento más que nunca) que imposibilitan en ocasiones un correcto desarrollo profesional.

 

El segundo, y quizá más relevante: la vulnerabilidad a la que Internet ha expuesto al periodista, ya que los patrones convencionales, han dado paso a comunicadores que son valorados por un cara bonita o una cuenta en las redes sociales con un número de seguidores considerable sin que los de arriba tengan presente, la maravillosa responsabilidad, que un día decidimos asumir con la sociedad.

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