Odia, que algo queda

Por Mar Arias
Nunca antes de ahora hemos tenido la posibilidad de estar tan comunicados, de acceder a la información y de dar a conocer nuestras opiniones de una manera tan sencilla. Un avance impagable, llegado de la mano de las nuevas tecnologías, que ha permitido llevar adelante con éxito grandes iniciativas, recopilar ayuda para gente que lo necesitaba e incluso destapar corruptelas.
Y aunque es cierto que la caída de los límites y las barreras en la comunicación e información es positiva, también abre, bajo el antifaz del anonimato, camino a todos aquellos que, sin hacer nada por mejorar el mundo, disfrutan criticando todo lo que hacen los demás.
Hablo, por si no lo han adivinado, de los famosos ‘haters’, esos entes invisibles que viven para insultar, criticar, apedrear, mancillar y vilipendiar todo aquello que ven y no les gusta. Y suele ser mucho lo que no les gusta. Se meten en camisas de once varas e insultan a diestro y siniestro cuando viene a cuento y cuando no, que suele ser la mayoría de las veces. Tanto es así que son muchos personajes conocidos o relevantes los que optan por abandonar las redes sociales ante la avalancha de improperios que reciben digan lo que digan y hagan lo que hagan. Si publican una foto con un trofeo, les llaman ‘mantas’; si presumen de un nuevo libro publicado, les comunican que piensan que es bazofia e incluso, y es real, si publican una foto como orgullosos padres de un nuevo hijo, no dudan en llamar al bebé gordo o feo, o las dos cosas.
Habrá quien argumente que para algo son famosos, que ese es el precio. Yo no estoy de acuerdo, el insulto nunca me parece adecuado, la argumentación sí, aunque no sé cómo se puede justificar el calificar a un niño de feo en ningún contexto.
Pero es que la cosa va más allá. Además de esos ‘odiadores profesionales’ pulula por la red otro tipo de personajes que tienen como finalidad en sus vidas convencerte de que, digas lo que tú digas en la red, estás equivocado. No sabes lo que dices y tus opiniones o criterios son erróneos. No vale que intentes explicar que es lo que tú piensas, y que te parece genial que esa otra persona no piense así. No, tienes que pensar cómo te dicen. A veces se montan, en tu propio muro, auténticas trifulcas entre quienes opinan como tú y quienes piensan que ‘estás tonto’ (eso también te lo dicen). Y se pelean. Da miedo.
Yo he decidido dejar de opinar en redes y sólo hacerlo con un café o un vino delante. Frente a frente, echándome unas risas con quien me quiera escuchar y, así sí, explicar o asumir en qué estoy equivocada.