Domingo, 14 Diciembre 2025
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Francisco Pomares


Dicen en el PSOE que la pandemia y la crisis volcánica de La Palma han acostumbrado al Gobierno a moverse con habilidad en situaciones de emergencia, por lo que la DANA de Valencia inaugura una nueva etapa de importantes intervenciones. Dicen también que Pedro Sánchez gestiona la complejidad como nadie. Que es un maestro.

 

Debe serlo: este pasado fin de semana se cumplió el primer año de esta cuarta legislatura de Sánchez como presidente del Gobierno. Son seis años y medio en La Moncloa, un período que comienza con una moción de censura destinada a acabar con la corrupción; le sigue una legislatura fallida en la que Sánchez no logra ser elegido presidente y se vio forzado a convocar elecciones; una tercera legislatura en la que pactó velozmente con Podemos, el partido con el que dijo durante la campaña que no pactaría; y tras un nuevo adelanto electoral en 2023, otras elecciones que gana el PP, pero en la que Sánchez articula una mayoría de investidura basada en conceder la amnistía a los indepes catalanes, amnistía negada de plano también durante la campaña, pero que pactó con Puigdemont para mantenerse en el poder. Un año después, esa amnistía no ha podido llegar a aplicarse, y la oposición ha sustituido su uso político como arma por la del concierto fiscal, suscrito entre el PSC de Illa y los indepes, cuestionado incluso por los propios socialistas. Hasta diez federaciones del PSOE llevan a su Congreso propuestas que se oponen en distinto grado y nivel al concierto catalán.

 

Pero los problemas de esta última etapa no vienen de un PSOE básicamente domesticado, y en el que sólo los antiguos –Felipe, Alfonso Guerra, Redondo…- y el presidente de Castilla-La Mancha, García-Page, mantienen una posición de crítica pública a las decisiones de Moncloa. El resto de personalidades, barones y federaciones se pliegan sin ambages a la disciplina de un partido cuyo presidente gana los Congresos siempre a la búlgara, decide quienes son candidatos y quienes no e impone las listas orgánicas en provincias.

 

Por el contrario, el Gobierno de coalición con Sumar sí atraviesa cada vez por más dificultades y tropiezos. No sólo por los conflictos internos que parecen deshacer Sumar, también por la animadversión contra Sánchez, perfectamente percibible en Podemos, partido incorporado a Sumar en las pasadas elecciones de 2023, pero ya escindido del grupo parlamentario. La coalición de partidos se enfrenta a continuos desacuerdos en las votaciones en el Congreso que han convertido las derrotas parlamentarias en algo tan asumido, que Sánchez, en un alarde de sinceridad y cinismo, llegó a decir a su Comité Federal que gobernaría incluso sin la intervención del Parlamento. Y eso es lo que ha venido haciendo de forma recurrente: prorrogar los presupuestos, suspender las votaciones para evitar ser derrotado, abusar del decreto ley, utilizar leyes para aprobar cuestiones que no tienen nada que ver con ellas, y el mercadeo continuo con los partidos que se comprometieron a darle sus votos, para poder presentar al menos algunas leyes y que sean aprobadas con éxito.

 

Lo tiene crudo, pero lo peor no son los problemas parlamentarios. Sánchez presume de resistencia, y no parece preocuparle demasiado tener que gobernar al margen del Parlamento, mientras no exista la posibilidad de una mayoría alternativa capaz de censurarle. Es una situación de debilidad y descontrol que en otros países europeos tumba gobiernos, pero aquí sólo logra que el discurso de la izquierda se tiña de desprecio a la división de poderes.

 

En ese sentido, con una oposición que ha elegido hacer política en Bruselas, torpedeando la elección de la ministra Ribera como comisaria europea, los problemas más graves de Sánchez tienen que ver con la acción de los jueces. Es cierto que este Gobierno también descalifica a los jueces –sobre todo a los que se ocupan de investigaciones que afectan a Pedro Sánchez- como las que se siguen contra su mujer, Begoña Gómez, o su hermano, o las que ahora comienzan sobre la trama Koldo y la implicación en la misma del hombre fuerte del PSOE, José Luis Ábalos, la presidenta Armengol, tercera autoridad del Estado, o el ministro Torres y los ‘casos mascarilla’ en Canarias.

 

Es poco probable que la política pueda sacar a Sánchez del Gobierno. Gobernará sin presupuestos durante el tiempo que decida hacerlo, y la capacidad de la oposición para complicarle la existencia parece ser reducida, porque Sánchez tiene un estómago a prueba de todo, y el PP parece completamente incapaz de dar forma a una mayoría que pueda aprobar una censura. Sólo la Justicia podría provocar la caída del Gobierno actual, si al final Sánchez resulta directamente implicado en alguno de los escándalos que hoy salpican a Moncloa. Pero al ritmo que se mueven los tribunales, eso vamos a tardar en verlo.


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