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Paul Auster, el hombre y el azar  

 

Mar Arias Couce

 

Escuche el audio de la columna

 

 

 

 

Contó más de una vez que siendo adolescente vio como un rayo mataba a uno de sus compañeros. Pudo ser él el fallecido, y solo el azar decidió que no lo fuera. Tal vez, probablemente, fue entonces cuando Paul Auster, el escritor que renovó la literatura americana y que nos hizo amar Brooklyn, decidió que quería dedicar su vida a la literatura. Y así lo hizo. Este 1 de mayo conocíamos la noticia de su muerte. Tenía un cáncer de pulmón muy agresivo y sabía que no le quedaba mucho tiempo. Aún así nos dejó un último trabajo, ‘Baumgartner’, y a mí la noticia de su fallecimiento me pilló con él en las manos. Disfrutándolo.

 

Tenía el eterno candidato al Nobel de Literatura una capacidad única para llevarnos a su particular universo, y transmitirnos como la casualidad nos lleva por unos u otros derroteros en la vida. Nunca mejor que en ‘4321’, su gran novela americana. En ella nos contaba la vida de un joven y todas las posibilidades que se iban abriendo a su paso, según cuales fueran las decisiones que tomara, incluida su propia muerte. Disfruté ese libro, página a página, como hacía tiempo que no disfrutaba ninguno, preguntándome cómo hubiera cambiado mi vida si, por ejemplo, en lugar de haber estudiado Ciencias de la Información en Madrid, me hubiera quedado en Cáceres haciendo Filología Hispánica. ¿Habría tenido más tiempo para escribir, que es, al fin y al cabo, lo que siempre quise hacer? ¿Me habría casado? ¿Tendría hijos? ¿Sería más o menos feliz? ¿Me habría atropellado un coche un día cualquiera al salir de mi casa? Nunca lo sabré.

 

Auster tiene, tenía, la capacidad de llevarme a su terreno e impregnarme de sus dudas. En ‘Baumgartner’ nos cuenta la historia de un profesor jubilado y apenado por el fallecimiento de su mujer. El escritor sabía que el cáncer estaba acabando con él, y la muerte de un hijo y un nieto, lo transformaba una vez más en su protagonista de alguna manera. La tristeza de ese profesor se convertía en cada página en esperanza de nuevas oportunidades. Y de una manera increíble en una invitación a disfrutar de ese milagro que es la vida y de las infinitas sorpresas que nos depara.

 

Me apenó mucho la muerte de Auster, sobre todo porque sé que no podré abrir nunca más uno de sus libros para sorprenderme con la nueva historia que quisiera contarnos. Me apenó que se fuera sin que le dieran su siempre prometido Premio Nobel, más que merecido en mi opinión, y también me apena la sospecha que se lo darán de manera póstuma, cuando ya no pueda recogerlo (No hagan lo mismo con Murakami, por favor). Me consuela que puedo recuperarlo cada vez que reabra ‘El cuaderno Rojo’, ‘El libro de las ilusiones, ‘La noche del Oráculo’, su ‘Brooklyn Follies’ o  ‘Sunset Park’, por mencionar solo algunos de los muchos títulos que nos dejó. Me consuela todo lo que me ha dejado. Este fin de semana, cuando vaya a la Fiera del Libro de Teguise, buscaré alguno de los títulos que no tengo porque leí en la Biblioteca, y de esa manera, supongo, que me consolaré, de la única manera que nos podemos consolar los lectores.

 

Que la tierra te sea leve, maestro.

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