Domingo, 14 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

En general, suelo reaccionar ante la imbecilidad con una mezcla de desinterés y compasión. Sospecho que algo tiene que ver esa reacción mía tan típicamente ‘Universo Bambi’ con el hecho de que demasiadas veces descubro ante el espejo mis propios comportamientos idiotas. Todos sucumbimos alguna vez ante la estupidez, todos cultivamos diferentes formas de idiocias, especialmente cuando nos pica la ideología, nos enganchamos en conversaciones supuestamente deportivas o queremos presumir de capacidades inexistentes. Por eso a veces es mejor adoptar una actitud tolerante ante todas las opiniones y comentarios. Pero ayer estuve a punto de liarme a trompadas con un imbécil de libro que justificó al pirómano o pirómanos que andan quemando contendedores de basura por Santa Cruz y La Laguna porque “seguro que quieren decirnos algo”.

 

Sinceramente, a veces creo que nos estamos volviendo realmente gilipollas. En lo que va de año, se han quemado 68 contenedores en esta ciudad, sin que –por supuesto- exista ninguna lógica que explique esta nueva moda vandálica. El concejal Tarife hizo ayer la estadística del destrozo: 43 contenedores de basura, 12 de papel y cartón, y 13 de envases en menos de un año. En lo que va de década han sido destruidos 430 contenedores en la capital tinerfeña. El miércoles y jueves se produjo una escalada sin precedentes en las acciones pirómanas, y la demencia se paseó impunemente también por los barrios de La Laguna. Los incendios provocados afectaron a tres vehículos, y uno de ellos quedó completamente calcinado, provocando una situación de peligro real en la calle. Y aún hay gente que se compadece del pirómano e intenta explicar su comportamiento en una voluntad de comunicar a sus vecinos una frustración, un dolor íntimo, un daño pasado. Perdemos el oremus: detrás de esto lo que hay es voluntad y desparpajo de dañar lo público, ahínco destructivo y pasión por el destrozo. Se trata de comportamientos propios de chiflado, y un chiflado es eso, no una víctima o un mártir. Dicen que vivimos una época de graves trastornos y dolencias mentales, que afectan a miles de personas. No creo que hoy haya más pirados sueltos que cuando yo era joven, sinceramente. Creo que lo que hay es una creciente tendencia a confundir las cosas, a considerar a los delincuentes locos y a los locos víctimas. Hoy es mucho más rentable ser víctima que ser héroe. Y ser una víctima chiflada –un enfermo, al fin y al cabo- es excusa para casi cualquier cosa.

 

Creo que hay que ser tolerantes con los locos, porque la locura es una enfermedad, no se elige estar cuerdo por decisión propia. Pero también creo que hay que reaccionar de forma diferente ante la locura inocua y la locura criminal. Es una visión simple, fácil de comprender y defender: ante una persona demenciada que se dedicara a repartir coles, flores o calcetines a la gente, o a pasearse por el mundo como Dios le trajo, lo correcto y razonable es comportarse con humanidad, ser amable y comprensivo, no exagerar las consecuencias reales de un comportamiento exótico, asocial o incluso indecente. Ante un maníaco homicida que dispara a la gente desde un tejado con una AK-47, lo que hay que hacer es abatirlo antes de que pueda hacernos daño. Cada día estoy más convencido de tener razón y de que no la tienen la panda de afectados que buscan excusas para lo inexcusable.

 

El tipo o los tipos que incendian contenedores, como los que incendian los bosques, asesinan gatos o personas, los que conducen en dirección contraria por amor al riesgo, los que envenenan los yogures con una jeringa cargada de lejía, constituyen un club que no merece ni comprensión ni solidaridad ni respeto. Lo que merecen es ser tratados como criminales a los que no les importa un bledo el dolor o la destrucción que pueden provocar, es que les fascina causarla.

 

El Ayuntamiento de Santa Cruz ha anunciado multas para los pirómanos de entre cien mil euros y 3,5 millones. Esa amenaza puede asustar a los gamberros, pero no va a parar a los psicópatas que andan metiendo fuego por nuestras calles, felices cuando ver como el fuego que ellos prenden hace arder coches cercanos. Este no es un asunto menor, otro de los excesos de este tiempo desquiciado, es una cuestión de extraordinaria gravedad, que debe tratarse con la seriedad y el rigor que merece. Probablemente resulte más fácil y barato reponer material municipal vandalizado y cubierto por seguros, que movilizar un esfuerzo y policial para trincar a los dementes que incendian contenedores. Y ya de paso, también aislar y ridiculizar la inanidad de quienes justifican esas acciones bárbaras como una llamada de atención de gente victimizada por el desdén social, la marginalidad o la pobreza. Ya basta: quien prende fuego a un contenedor es un pirómano. Y si lo hace porque esta chiflado, es un pirómano chiflado y criminal.


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