Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

Otra vez la misma historia, la misma foto, el mismo comunicado optimista, las mismas promesas que nunca se cumplen. La vicepresidenta y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, se reunió ayer en Madrid con Fernando Clavijo y prometió —una vez más— que antes de que acabe este año Canarias recibirá los cerca de 400 millones de euros que el Estado le debe por distintos conceptos de financiación. Y, como ya es tradición, el presidente canario salió de la reunión satisfecho, asegurando que las órdenes “están dadas” y que el desbloqueo es inminente.

 

La cuestión es que ya hemos escuchado esa música y esa letra tantas veces que aburre. Tres, cuatro, cinco promesas reiteradamente incumplidas quizá más. Diferentes momentos, los mismos protagonistas, e idéntico estribillo. Desde que Sánchez se instaló en Moncloa, cambió el colchón en el que dormía Rajoy y lo contó en su Manual de Resistencia, los compromisos de pago con Canarias se anuncian con entusiasmo y poco después se aplazan con discreción. Siempre hay una excusa creíble: una cuestión técnica, un problema presupuestario, un “retraso administrativo”, o un error en el trámite jurídico. Cada año se promete que “antes de que acabe el ejercicio” se pondrán al día las cuentas. Y cada año el ejercicio acaba sin que llegue el dinero. Por eso, yo soy partidario de poner en cuarentena el anuncio. No porque uno desconfíe por deporte, sino porque la experiencia es la madre de la verdadera sabiduría El Gobierno Sánchez ha convertido el cumplimiento de sus obligaciones con Canarias en un difuso acto de fe, que requiere de una actitud crédula por parte de los indígenas. Pero la fe, ya se sabe, se sostiene en la esperanza, no en la contabilidad.

 

En este teatro político tan de fin de año o de período legislativo, Montero suele ejercer –casi siempre- de poli bueno. Ella es la ministra alegría la huerta, la ministra empática, dispuesta a escuchar, siempre sonriente, encantada de anunciar compromisos. Habla de “impulso político decisivo”, de “voluntad de cumplir”, de “acelerar los procedimientos”. Actúa como rostro amable de un Gobierno que tiende la mano y promete resolver. De poli malo ejerce ese hombrecito amable y bonachón que prepara garbanzs (uo lo que fuera=) en laos anuncios de campaña, y que nunca había matado una mosca ni por accidente, hasta que la UCO trincó las grabaciones de Koldo y se enteró de que necesitaba pagar a las empresas de Aldama para poder dormir tranquilo. Desde entonces, sujeto a sospecha y a la espera del próximo informe de la Guardia Civil, Torres ha aceptado asumir el trise papelón de ministro aguafiestas, empeñado en no soltar siquiera un comino que pueda suponer un átomo de gloria o renta electoral para el Gobierno de Clavijo: su rol como ministro malo resulta cada vez más evidente. Consiste en rebajar expectativas, poner peros, justificar retrasos o explicar -con paciencia de funcionario disciplinado- que los plazos son los que son, que no hay forma de resolver a tiempo las derivaciones, que devolver la momia de Erques está fuera de lugar, que los palmeros se quejan de vicio, que el presupuesto lleva congelado tres años y estirar el chicle es imposible. Si a Montero le dejan abrir un poquito la puerta, a Torres se le encarga cerrarla.

 

No deja de ser paradójico. Torres debería ser aliado natural de Canarias en el Consejo de Ministros de superSánchez. Pero le toca justo lo contrario: el antiguo presidente del Gobierno regional, hoy ministro genuflexo, reniega de atender las reclamaciones de su tierra, excepto que se trata de apuntarse él mismo cualquier tanto. Es la ministra de Hacienda, andaluza de Sevilla, curtida en el arte de prometer sin rubor, quien se convierte en portavoz de las buenas intenciones. Entre los dos administran el doble discurso perfecto: ella promete, el otro aplaza; ella da cuerda, el otro recoge carrete.

 

De esa forma, Clavijo vive atrapado en un ciclo que se repite con precisión suiza: viaja a Madrid, mantiene una reunión “positiva”, anuncia avances y desbloqueos, y unas semanas después se descubre que el desbloqueo era declarativo, no financiero. Los fondos siguen en los despachos, los procedimientos se alargan, y las partidas pendientes se arrastran de un año a otro, como el eco de promesas incumplidas.  Deprime bastante, y no es sólo cuestión de cuartos -que también-, sino de credibilidad institucional. Si el Estado incumple reiteradamente sus compromisos con la región más cumplidora del Estado, la que menos debe, la que sabe apretarse el cinturón en las vacas flacas, la que tiene un régimen económico y fiscal reconocido por ley, ¿de qué sirven los acuerdos, las comisiones bilaterales o las fotos con sonrisa profidén? Canarias no pide privilegios, pide que se cumpla lo que se acuerda. Pero en la política del relato, el cumplimiento no cuenta: basta con el anuncio. “Las órdenes están dadas”, dirá Clavijo. Puede ser, pero Lo cierto es que llevamos años esperando a que alguien las cumpla.


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