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Política con mayores

Francisco Pomares

 

 

Después de algunos días de rumores sin confirmar, el Cabildo de Tenerife anunció en una escueta nota de prensa el cierre de Ansina, un programa de atención a mayores, con 30 años de vigencia. La nota asegura que Ansina será sustituido por un nuevo proyecto de atención a los mayores que abordará la casuística y necesidades de la tercera edad "de forma profesionalizada y mucho más allá del ocio en los clubes o en los centros". Son palabras de la consejera de Acción Social, la socialista Marián Franquet, que -para justificar el cierre- explicaba en la nota que en la fase de desescalada del confinamiento, los mayores están retomando "de forma limitada" la actividad cotidiana y por eso hay que adaptarse a las nuevas circunstancias.

 

¿De forma limitada? Lo cierto es que miles de mayores tinerfeños, especialmente los que viven sin compañía, encerrados en sus casas durante estos dos meses y medio y privados de actividades de ocio y animación, presentan hoy cuadros depresivos y de apatía. No parece que sea precisamente este el mejor momento para cerrar Ansina. Y la cuestión es que -aparte de algunas frases ejes que pretenden definir el nuevo programa-, nadie sabe en qué va a consistir el recambio a unas políticas de atención que venían funcionando desde 1989 y que han sido imitadas en otros lugares del país. Franquet ha dicho que a pesar de esa pervivencia en el tiempo, el programa sólo atiende a un tres por ciento de los mayores de 65 años de Tenerife. Se equivoca: según los informes oficiales del Cabildo, el programa –cuya continuidad fue respaldada unánimemente por todos los grupos del Cabildo el pasado octubre, con Pedro Martín ya en la presidencia insular- atiende anualmente a un tres por ciento de la población de la isla, alrededor de 30.000 mayores. Franquet no dice a cuantos se atenderá a partir de ahora, sólo que se trabajará en "la autonomía de los ancianos", "la normalización del proceso de envejecimiento", "la atención individual" y "la coordinación con los ayuntamientos", y que el proyecto que ha de ponerse en marcha será "mucho más ambicioso y profesionalizado" abarcará "más que ocio" y "será participativo". En realidad, no hay novedades: el programa actual tiene tres líneas, una de dinamización sociocultural, que incluye ocio, otro de Salud, y una tercera línea de solidaridad, que fomenta el voluntariado y la ayuda mutua entre personas mayores.

 

Detrás de la crítica a Ansina subyace la desconfianza a las políticas de la 'mortadela', al uso electoralista de las actividades dirigidas a ganar el voto de colectivos desfavorecidos o dependientes. La tentación de ceder a la instrumentalización de los mayores es recurrente en la práctica partidaria. Pero el temor que ayer corría entre la cincuentena larga de trabajadores de Ansina, alguno contratado sin la debida concurrencia en su momento, pero otros con más de 20 años de dedicación a los ancianos, es el de que muchos se van a quedar en la calle, para dar entrada a un pelotón de nuevos enchufados.

 

 

Yo no lo creo: no dudo de las buenas intenciones de la señora Franquet, pero no me parece buen sistema cerrar algo sin tener dispuesta y operativa su alternativa. Franquet no ha dicho cuando se pondrá en marcha lo nuevo, ni el presupuesto del programa, ni cuanta gente va a desarrollarlo. Y uno, que lleva ya muchos años en esto, tiene la sospecha de que cuando se anuncia un cambio de política sin poner delante la ficha financiera, a la postre lo único que se acaba cambiando es de nombre.

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