Política de TikTok
Por Guillermo Uruñuela
España no es un país. España es un plató diseñado por guionistas de La que se avecina después de tres copas de whisky. Cada día nos despertamos en una nueva temporada, con tramas imposibles, giros argumentales que harían llorar a Hitchcock y personajes que parecen elegidos por sorteo.
Empezamos por el Congreso, ese talent show de gritos y gestos dramáticos donde el objetivo no es legislar, sino ver quién suelta la frase más épica para su próximo clip viral. Tenemos diputados que no saben distinguir entre un decreto y una tostadora, pero que manejan TikTok como estrategas del Pentágono. La política española no se hace con leyes, se hace con zascas.
Y qué decir de los pactos. Esa danza del apareamiento en la que enemigos acérrimos se abrazan en nombre de “la gobernabilidad”, mientras se clavan cuchillos con sonrisas de dentífrico. Lo llaman estabilidad, pero huele sospechosamente a reparto de sillones. Algunos partidos son tan flexibles ideológicamente que podrían impartir yoga avanzado.
Luego están los debates, esos emocionantes duelos de insultos en horario de máxima audiencia. Da igual el tema: sanidad, educación o el sexo de los ángeles, todo acaba en un “y tú más” de campeonato. La oposición no propone, interrumpe. El gobierno no explica, señala. Y el ciudadano, mientras tanto, juega al bingo con las promesas incumplidas.
Los nacionalismos tampoco decepcionan: en un país donde todos quieren ser nación, pero sin renunciar al jamón del Estado central, la geometría parlamentaria se convierte en arte abstracto. Aquí se aprueba un presupuesto gracias al voto de un partido que quiere romper el país. Es como dejarle las llaves del coche al que quiere empotrarlo contra una farola, pero con cláusula de confianza.
Y cuando parece que ya no puede ser más surrealista, aparecen las elecciones anticipadas. Porque si algo define al político español es su devoción al pueblo… cada vez que se acercan las urnas. “España nos necesita”, dicen, mientras reparten gorras, pines y banderolas con la misma pasión con la que reparten culpas. Al final, lo más estable del sistema político español es la inestabilidad. Pero, eso sí, con una sonrisa, una bandera y un eslogan vacío. Porque aquí no gobierna la razón, ni el consenso. Aquí gobierna el “trending topic”.
España, ese país donde la política es una tragicomedia… y el ciudadano, el eterno espectador.