¿Por qué se esconde?

Francisco Pomares
Es difícil no caer en la tentación de escribir sobre los escándalos recurrentes –casi sistémicos- que un día tras otro nos aceleran el pulso. Hoy tocaría lo de Leire y el ex presidente de la SEPI, o lo del alcalde de Lugo, o las declaraciones del vicerrector de la Complutense intentando explicar porque una mujer sin estudios universitarios acabó dirigiendo una catedra cultural en la Complutense. Uno es un periodista de provincias –un periodista con argumentos provincianos, dice un colega- y a veces no queda más remedio que amarrarse a lo cercano, por mucha enjundia que nos depare el día en la Corte.
Aquí, entonces: ya han pasado casi tres años desde que Pedro Sánchez decidió, en una carta redactada con urgencia y urgentemente filtrada por Rabat, cambiar la posición histórica de España sobre el Sahara Occidental, un territorio cuya descolonización sigue pendiente en Naciones Unidas. Tres años en los que el presidente no ha dado una sola explicación sobre las razones, consecuencias y límites de aquel giro. Ni en sede parlamentaria, ni en conferencia de prensa, ni en una entrevista. Nada. Un silencio obstinado, como si Sánchez creyera que preguntar por qué España cambia de inopinadamente de doctrina es una excentricidad, una costumbre estúpida, una molestia.
Ese silencio sobrevoló el Congreso en el debate de ayer, en el que el ministro Albares defendió en solitario a su señorito. Es un espectáculo ya conocido: se apela a la responsabilidad de Estado, se exhiben los datos de reducción de la inmigración irregular, repetidos como un mantra. Se presume de intercambios comerciales con Marruecos. Pero no se convence a nadie. Hasta los socios del Gobierno rechazan la doctrina Sánchez–Albares y sus secretos motivos. Sumar criticó sin matices lo que considera una desviación del PSOE. La diputada saharaui de Sumar, Tesh Sidi, insistió en lo que más duele: España ha cambiado de postura sin explicar por qué y sin mencionar una sola vez el drama de los refugiados. Y recordó que la política marroquí no se limita al Sáhara: incluye las aguas canarias, las ciudades españolas en África y la instrumentalización migratoria, como vimos en 2022 con la avalancha de menores sobre Ceuta. En política exterior nada es gratis; en la relación con Rabat, menos aún. Lo que para Moncloa es “estabilidad”, para el resto del Parlamento es una rendición, sin siquiera un mínimo debate previo.
Para Canarias, el asunto tiene otra dimensión: Albares volvió a asegurar que Fernando Clavijo respalda la política de España con Marruecos. Es cierto que Clavijo necesita mantener abiertas las vías de diálogo con Rabat para evitar tensiones que afecten a la inmigración o a las aguas próximas. En Canarias sabemos bien que la inestabilidad en la frontera sur no es un concepto teórico: la vivimos sumando ahogados, rescates, saturación y menores migrantes. Por eso, una cosa es reconocer la importancia estratégica de una relación correcta con nuestro vecino y otra muy distinta validar sin matices el giro, sobre todo cuando Sánchez sigue sin rendir cuentas de por qué se hizo. ¿Tan difícil es explicar por qué España asume como “la base más seria, creíble y realista” la propuesta autonomista de Mohamed VI? El plan del rey y su Gobierno no es necesariamente un disparate, probablemente acabe imponiéndose y produzca a la larga menos sufrimiento que la situación actual. Pero asumir de un día para otro una solución injusta, asegurar que es “el único camino”, sin reclamar la apertura de un proceso de diálogo, sin mandato parlamentario y sin hacer la más mínima pedagogía, es una forma de desprecio al pueblo saharaui y a los ciudadanos españoles. Un presidente no puede cambiar medio siglo de doctrina exterior con una carta mal redactada y pretender que le aplaudamos sin hacer preguntas. Menos aún cuando los cambios afectan directamente a las islas, pero nadie nos dio vela en ese entierro. Hablamos de un territorio fronterizo cuya estabilidad energética, pesquera, migratoria y comercial depende de un equilibrio extremadamente frágil entre Argelia y Marruecos. Pero no se trata solo de geopolítica. Hablamos de un archipiélago que ha vivido todas las crisis migratorias como propias. Y de un pueblo, el saharaui, con el que Canarias mantiene una intensa relación: cooperación, acogida, vínculos familiares, solidaridad organizada de las ONGs y las instituciones isleñas.
Sánchez volvió a callar ayer. Se refugia en Albares, o despliega estadísticas, habla de récords comerciales y evita cuidadosamente responder la pregunta que le persigue desde hace tres: ¿por qué cambió España de postura? ¿Qué motivó el giro? ¿Qué se ofreció o se obtuvo? ¿Por qué es necesario mantenerlo en secreto? ¿Por qué Marruecos lo anunció antes que La Moncloa? ¿Por qué, si la decisión es tan buena, el presidente no la ha defendido nunca personalmente?
La política exterior no puede basarse en silencios convenientes. Menos aun cuando afecta a un pueblo que lleva ya medio siglo esperando justicia, y a unas islas que viven en primera línea cada una de las consecuencias de esta diplomacia secreta.