Viernes, 05 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Francisco Pomares articulista

Francisco Pomares

 

Ciento cuarenta y un días después de que el Tribunal Supremo ordenara al Gobierno de España cumplir con su obligación y trasladar a la Península a los menores migrantes solicitantes de asilo que hoy sobreviven hacinados en Canarias, el resultado es una broma de mal gusto: diez niños malienses menos en las islas. Diez. Ni siquiera uno por semana. Y no porque no se disponga de medios o recursos, sino porque no hay ninguna voluntad de enfrentar la situación: Pedro Sánchez prefiere reservar su tiempo para unas vacaciones de monarca en La Mareta, mientras los chicos se achicharran en el Canarias 50, un campamento improvisado que el Estado califica de centro de acogida. Y las islas continúan asumiendo el coste y el desgaste de una carga que el Supremo ha dejado perfectamente claro que corresponde al Gobierno central.

 

Esta historia es tan reiterada y recurrente que cansa: promesas solemnes, gestos para la galería, titulares complacientes… y nada más. El Gobierno de Sánchez pretende vendernos como gesto humanitario lo que en realidad es apenas una operación cosmética para “tapar la boca” al Gobierno canario y al Supremo. Un par de traslados con foto y nota de prensa para disimular que, en cinco meses, ni Sánchez ni Torres ni la ministra de Infancia han tenido el más mínimo interés en organizar un calendario serio, en contratar plazas disponibles en Península o establecer un protocolo que evite la improvisación constante.

 

La situación ya roza el esperpento. Según el propagandeado plan del Ministerio de Migraciones, se derivarían quince menores en cada operativo, a realizar dos veces por semana. Treinta traslados mensuales. Pero en la misma semana en que debía producirse el primer traslado, reducido a diez menores, arribaron a las islas otros quince por mar. Resultado: no se alivia la presión; el balance neto es peor que el de antes de la limosnera operación de traslado de sólo die menores. Se maquilla la estadística, pero los datos empeoran. A ese ritmo, suponiendo que no llegara ni un solo menor más en disposición de pedir asilo, se tardaría más de un año en cumplir con la orden del Supremo. Pero el hecho es que siguen entrando más chicos con derecho reconocido a protección internacional que los que salen. El compromiso del Gobierno Sánchez no resuelve nada. Sólo empeora la situación, porque las llegadas no van a dejar de producirse.

 

Mientras tanto, los centros del Archipiélago están al 750 por ciento de su capacidad. De acuerdo con la propuesta realizada por el Estado al resto de las comunidades autónomas, Canarias debería atender, como máximo, a 718 menores, pero recoge a más de 5.500. Y lo hace sola, abriendo medio centenar de recursos en dos años, para evitar que ningún menor acabe desatendido y en la calle. El Estado, con un presupuesto y un aparato infinitamente superiores, es incapaz de mover ficha. Todas sus decisiones se convierten en un laberinto de burocracia y falsedades.

 

El episodio del ‘Canarias 50’ es el resumen perfecto de la mentira. Se acordó que sería un recurso transitorio, de paso, y que los menores no pasarían más de 15 días allí. Hoy hay 39 que llevan casi un mes, y un total de 154 menores en un centro que, por decisión de Madrid, no puede además superar las 190 plazas, aunque se reformó para acoger a 250. En el lenguaje oficial del Gobierno de España, “provisional” significa “permanente”, y “urgente” se traduce como “tengan ustedes paciencia”.

 

La realidad es incómoda pero muy evidente: el Gobierno central no aspira a hacerse cargo de estos menores, ni hoy ni tampoco mañana. Lo que hace es ganar tiempo con excusas administrativas que nadie cree ya. El Estado sigue de vacaciones comportándose como si la emergencia no fuera con él, mientras Canarias aguanta una presión insostenible, pero cumple. Amplía sus capacidades y recursos, mantiene sus compromisos, avisa de la gravedad de la situación, exige soluciones. El Gobierno de Sánchez promete, pospone, maquilla y nos miente: los chicos siguen hacinados en los mismos barracones, soportando calor e incertidumbre. Aquí la única certeza que tenemos es que el perímetro de seguridad en torno a la sombrilla de Sánchez en La Mareta, ha pasado de 200 a 400 metros.

 

 


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×