Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

El ruido en torno al concierto económico para Cataluña está alcanzando un grado de irrealidad bastante cantinflesco. Lo que comenzó como una propuesta inflamada por parte de ERC, gestionada por la Generalitat de Illa y asumida con sordina por el Gobierno de Sánchez, ha acabado convirtiéndose en una enorme cortina de humo donde ya nadie sabe muy bien si lo que se discute existe o puede llegar a existir, si es posible que el Cupo ocurra, o si simplemente sirve para dar combustible el relato político de unos y otros. (O de unos contra otros).

En un tiempo en el que a propia Consejería de Hacienda de la Generalitat se confiesa incapaz de asumir el control del IRPF –han decidido posponerlo a 2028- el ministro Torres —que es el que se sienta en la mesa de negociación con los indepes desde que Cerdán dejó de hacerlo— ha admitido con cierta resignación que la propuesta de financiación singular para Cataluña tiene pocas posibilidades de salir adelante. Al que montó este circo le han crecido todos los enanos: no hay base legal, no hay consenso parlamentario y, salvo inesperado milagro presupuestario, tampoco habrá dinero para que las promesas y fantasías del nuevo ‘café para todos’ puedan llegar a cumplirse jamás de los jamases. Y, sin embargo, ahí sigue, en titulares, con declaraciones cruzadas y promesas altisonantes. Construyendo frentes territoriales fantasmas contra lo que no va a ser, haciendo que el debate público español se resigne a vivir no de los hechos, sino de su teatralización.

En este patio de Monipodio, la decisión de Canarias y Castilla-La Mancha de no sumarse al frente hectoplasmático de Andalucía y otras comunidades del PP, merece ser leída como síntoma de un mal mayor: hemos entrado en una fase de la política nacional en la que todos los actores juegan su papel sabiendo que el guion que interpretan es ficticio. La oportunidad ha sido autopsiada por los mismos forenses que la inventaron como definitivamente difunta. A partir de ahí, lo único que parece importar es estar y parecer. Lo de ser es ya harina de otro costal.

Por supuesto, ni Clavijo ni García-Page comparten la propuesta de financiación singular para Cataluña. Ambos han dicho claramente que romper la caja común de la nación es un disparate y una traición al principio de igualdad entre españoles. Pero han preferido no integrarse en un bloque de comunidades que —aun compartiendo su diagnóstico— se presentan bajo la lógica pepera del “cuanto peor, mejor”. La decisión es comprensible: ni el pragmático Clavijo –una vela a Dios y otra al Diablo- quiere ser comparsa de la oposición, ni García-Page quiere apoyar a Moreno Bonilla en su pulso con Moncloa. Cada uno tiene sus razones, sin duda. Pero más allá de esas razones políticas, la clave es la lucidez con la que Clavijo y Page identifican el fondo del asunto:  todo esto es puro ruido, ruido estéril. Porque ni el Gobierno tiene de verdad la intención (ni la mayoría) para regalarle a Cataluña una financiación singular, ni las comunidades del PP pueden frenar lo que no existe. Este debate se basa en un supuesto que no tiene viabilidad jurídica ni respaldo parlamentario, y solo sirve a unos para alimentar indignaciones y a otros para sostener el cuento chino de la discriminación histórica. El independentismo hace como que exige, el Gobierno hace como que cede, y las autonomías hacen como que protestan. Y todos saben que no va a pasar nada. Esa es una de las dos características de la política española de hoy (la otra es el cinismo ante la corrupción).

Sufrimos la enfermedad crónica de falsear la realidad y sustituirla por miles y miles de declaraciones y titulares sin consecuencias. Grandes gestos sobre el papel o en las pantallas de la tele, los PC´s y los móviles que no se traducen en hechos. Una política donde se propone legislar lo que no se puede y se negocia para no llegar a acuerdos; donde la apariencia ha suplantado a la acción y el anuncio sustituye la realidad. En esa lógica insana, la cuestión catalana funciona como tótem: se garantiza lo que no va a ocurrir, se dramatiza sobre lo que no se puede ejecutar, se denuncia lo que no ha ocurrido. Y todos satisfechos.

La amnistía es otro ejemplo perfecto de la política como puesta en escena: se aprobó con fanfarria, portadas, una bronca inmensa, apenas amortiguada por el heroico relato de la reconciliación. El Constitucional la avaló finalmente en un ejercicio de donde dije digo, digo Diego. Pero sigue bloqueada. Los jueces la están desmontando con silenciosa eficacia, especialmente en los casos de malversación. Y el Gobierno silba, intenta disimular, como si todo les hubiera salido bien, la ley no estuviera empantanada en los tribunales, y la promesa hecha a Puigdemont de traerlo libre a Barcelona se hubiera cumplido.

En fin… volviendo al debate autonómico, lo realmente revelador es que, al margen de la agitación, nadie parece tener voluntad real de afrontar lo que es de verdad urgente y necesario: la reforma del sistema de financiación, caducado desde hace una década. Sobre eso no hay titulares, ni frentes, ni calendario. Las regiones saben que el Estado se queda con recursos que les corresponden, pero el asunto no avanza. No genera ruido suficiente, no movilizar agravios identitarios. No alimenta el relato.


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