Retirarse no es eso

Francisco Pomares
Román Rodríguez y Carmelo Ramírez anunciado el sábado solemnemente que se retiran de la primera línea de la política. Lo hicieron con gesto noble, mirada al frente y cierta épica del sacrificio por la organización. Pero si uno mira la letra pequeña del último ágape de Nueva Canarias en el Cicca, se comprueba que la operación de retirada resulta ser más una operación estética que quirúrgica: al cierre de otro congresillo a la búlgara (cosi fan tutte) Román aparece como secretario de Estrategia, Programa y Formación —o sea, que seguirá siendo quien defina la política de su partido— y Carmelo se ha quedado con el premio de consolación que más le mola, una secretaría de Solidaridad Internacional, título que suena a carné diplomático de ONG pero que le permitirá seguir ocupándose de lo que realmente le interesa: el activismo propolisario, el mundo multipolar y los vínculos con los pueblos oprimidos del planeta, del Sáhara a Nicaragua. No se le puede negar empeño y coherencia.
En resumen: que se van, pero se quedan. No encabezan las listas, pero dirigen el partido. No están en primera línea, pero se sientan en la mesa de mando. Es lo que en política se llama “renovación controlada. A quien le toca asumir el papel de rostro nuevo de la ya no tan nueva Nueva Canarias es a Luis Campos, disciplinado protopupilo de Román, parlamentario dócil y obediente, y nuevo secretario general por aclamación. Cosechó 226 votos a favor, 19 en blanco y solo uno en contra. Fue como una canonización. Se le entregó el bastón de mando con todos los poderes formales y parabienes del público entregado, pero a condición de que Román y Carmelo sigan cerca. Muy cerca. Y así ha sido. Campos tiene la voz, y seguirá probablemente haciendo lo que viene haciendo desde que es diputado: interpretar una partitura que escribe primorosamente su mentor.
Esta operación de medio relevo llega en medio de una crisis mayúscula. Nueva Canarias ha perdido en pocos meses lo que tardó dis décadas en construir: su conexión con el electorado, sus vínculos con los alcaldes independientes de Gran Canaria y el discurso de un partido surgido de una escisión que quiso situarse siempre a la izquierda de Coalición y a la derecha del PSOE. La ruptura comenzó con sus dos principales aliados municipales: el Bloque Nacionalista Rural de Gáldar y Roque Aguayro, en Agüimes. Ambos liderados por alcaldes poderosos —Teodoro Sosa y Óscar Hernández— que pidieron renovación por todas las esquinas desde que las elecciones sentenciaron la apuesta personalista de Román, hasta el extremo de que Román fue menos votado en la circunscripción regional de Gran Canaria, que Luis Campos en la insular. Un caso claro de pérdida de confianza del electorado en él, que habría hecho tirar la toalla a alguien menos resiliente y/o resistente que Román. Ahora Román se entretiene calificando el invento de los alcaldes como una “teocracia municipalista”, por eso de ser Teo su principal inspirador. No está claro si la definición implica que los munícipes se gobiernan por mandato divino o simplemente Teo y Oscar (y el resto de los aludidos) han decidido que aquí no hay más dios que el alcalde. Que podría ser.
Lo cierto es que el congreso sabe de qué va esta tostada: por eso ni se les paso por la cabeza recomponer puentes con los disidentes, más bien todo lo contrario: se redobló la carga contra ellos acusándolos de deslealtad y transfuguismo. Lo curioso es que Luis Campos, con una lucidez digamos que tardía, reconoció que los ahora vilipendiados como tránsfugas, vendidos al oro de Clavijo y vagos de remate, nunca fueron realmente del partido. Eran aliados, coaligados, socios, pero no afiliados ni militantes. Por eso, una de los primeros anuncios de Campos es la modificación de los estatutos para que, a partir de ahora, nadie ajeno al partido pueda estar en sus órganos. Nunca más compartir poder, no vaya a ser que los vuelvan a dejar plantados. Y lo que queda es ahora una estructura más unificada, más centralizada y más pequeña. Pequeña es la palabra clave: porque Nueva Canarias pierde en este desaguisado más de la mitad de su voto y se coloca en serio riesgo de desaparecer del Parlamento regional si no cambia la tendencia. El poder institucional se ha encogido y la presencia territorial en los municipios se ha evaporado. Campos anuncia que intentará recuperar espacios perdidos, pero no dice cómo ni con quién. Lo más probable es que se conforme con consolidar lo que queda y prepare el próximo movimiento: el acercamiento al PSOE.
La única opción que le queda a Román es una nueva reentrada en la política institucional de la mano de los socialistas. Pactar un acuerdo con el PSOE para las elecciones autonómicas por el que apoyaría las candidaturas de Sánchez en las generales —así coló a Pedro Quevedo en el Congreso— a cambio de garantizar una vía para volver al Parlamento. Porque si algo queda claro es que Román no se retira. Nunca lo ha hecho. Ni cuando perdió, ni cuando pactó con el PP, ni cuando voló por los aires su alianza municipalista. No hay nada más difícil en política que retirarse a tiempo. Algunos, sencillamente, no saben hacerlo. En el caso de Román y Carmelo, la retirada no ha sido final, ni limpia, ni siquiera honesta. Ha sido una mudanza interna. Cambian de planta, pero siguen en el edificio.