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Se buscan políticos libres

Por Gloria Artiles

 

 

Si de algo me han servido tantos años siguiendo los derroteros de la clase política insular, es para darme cuenta de que lo que les ocurre a nuestros políticos es que no creen en sí mismos. Y al no creer, actúan limitados por sus estrechos límites de visión, siguiendo los modelos que les han proporcionado -y lo siguen haciendo muchos que aún están en activo- los mediocres maestros políticos que ha tenido esta particular escuela conejera de servidores públicos (por utilizar un eufemismo). Salvo algunas muy escasas excepciones (también siendo generosos) que parecen salirse del patrón repetitivo, el resto se ha tragado, sin reflexión ni crítica alguna, las mismas e inútiles formas de hacer política y transitan por los mismos tópicos y ya más que caducos lugares comunes.

 

Me pregunto por qué, en vez de empeñarse en imitar la mediocridad, sobre todo a nuestras nuevas y jóvenes generaciones de políticos insulares, no les da por imitar a Gandhi, Luther King o Mandela, por cierto líderes políticos también, pero que se atrevieron a romper rígidos ángulos de visión y a concebir un mundo mejor desde los lugares donde vivían. Vivir en Lanzarote no significa permanecer aislado de lo mejor que proporciona el potencial de la innovación humana, por mucho que mirarse al ombligo haya sido la tónica generalizada. Y si los avances tecnológicos también llegan a esta isla, lo mismo pueden hacer los avances cognitivos y morales, que también se necesitan. Ya lo decía Einstein: “Ningún problema se resuelve en el mismo nivel de conciencia donde se crea”.

 

Los políticos no se escuchan. Como no se dan valor ni creen en el potencial que tienen para cambiar las cosas y para superar lo que han recibido, se limitan a repetir modelos del mundo y no a crearlos. Así que se conforman con todo tal cual está y, como mucho, conciben esta isla con la posibilidad de algunas mejoras, pero sin ninguna oportunidad de auténtica y verdadera transformación.

 

Nuestros políticos viven pendientes de no salirse del pensamiento único y están esclavos de su imagen; se identifican con la forma y no con el fondo, sin duda una de las peores patologías de la democracia, tal como la conocemos hasta ahora. Lo más desalentador es que se adhieren a lo que consideran verdades inmutables e incuestionables sin ningún tipo de aportación genuina y propia. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a cualquier sociedad. Dar por definitivo lo logrado hasta ahora sólo produce involución y estancamiento. No se atreven a salirse de la lacra de lo políticamente correcto, que es la mayor mentira en la que creen nuestros políticos. Les hace falta arrojo para escapar de la mentalidad gregaria. Yo les diría que no tengan miedo a fracasar, ya lo están haciendo.

 

Es una pena. En pleno siglo XXI esta isla está pidiendo a gritos políticos libres. Pero no sólo libres de los grupos económicos e ideológicos de presión, que también, sino sobre todo, libres de sí mismos. O sea, de su corta y escasa visión del mundo que les rodea, libres de su propio escepticismo; libres de sus convencimientos profundos de que esta isla no puede transformarse realmente; libres de su propias creencias limitantes que les llevan, una y otra vez, en un círculo sin fin, a enfocar los mismos problemas, con los mismos planteamientos y las mismas soluciones, que no solucionan nada a pesar de que la evidencia es terca y se encarga de demostrarlo día a día.

 

Lo que creo es que necesitamos seres humanos libres que se dediquen a la política. Sí, eso exactamente es lo que creo: políticos libres de sus egos inflados, porque les hacen entretenerse demasiado en sus propias disputas banales; libres de sus propias identificaciones ideológicas, profundas e inconscientes; libres del engaño que produce la falsa certeza de que el poder, el estatus social y el dinero les proporcionan la felicidad que tanto anhelan, pero que nunca encuentran (ni van a encontrar) en esa carrera irreflexiva, desesperada y automática hacia ninguna parte. Necesitamos políticos libres de sus expectativas de voto, pero esclavos de su conciencia. Necesitamos políticos que sólo estén encadenados a su vocación de servicio público, y que encuentren el sentido de su labor no en el reconocimiento externo, sino en la inigualable e inefable satisfacción interna de trabajar por una isla mejor, donde todos los que aquí vivamos, y no sólo una parte privilegiada, tengamos derecho a disfrutar de la calidad de vida de este lugar único en el mundo. Se buscan políticos auténticamente libres. Eso es lo que necesitamos.

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