Ser de aquí

Francisco Pomares
La identidad no es una línea en un registro civil, sino una experiencia acumulada: una forma de estar, de vivir, de sentir, de relacionarse con la tierra que nos alberga y las costumbres que nos sostienen. Esa es, en esencia, la conclusión más nítida de un amplio sondeo sobre Identidad Cultural y Patrimonio en Canarias, realizado por la empresa Técnicos en Socioanálisis, bajo la dirección de Juan del Río Alonso, por encargo del Instituto Canario de Desarrollo Cultural. Se trata de una radiografía completa y extensa -274 páginas-, reveladora de cómo nos vemos a nosotros mismos, quiénes creemos ser, qué nos importa y cómo habitamos este archipiélago atlántico.
El resultado principal podría resumirse en el hecho de que Canarias se reconoce desde lo cercano: la identidad de esta región no se articula desde abstracciones administrativas, sino desde el territorio inmediato. Barrio, pueblo, ciudad, isla: ahí se anclan nuestras raíces emocionales. Según la encuesta, la identificación se debilita conforme se amplía el marco territorial: primero Canarias como comunidad, luego España, y por último Europa. No es un repliegue, no responde a una ideología isloteñista, enfrentada al otro, sino más bien, a una geografía afectiva. Se pertenece a aquello que se puede tocar, identificar y recorrer sin necesidad de un mapa.
La sociología ya ha explicado que las identidades colectivas no son estables ni eternas, sino procesos en transformación. Y este estudio confirma esa dinámica: no hay un único núcleo identitario, sino una suma de pertenencias que conviven, se mezclan y se negocian. Junto al territorio, destacan otros elementos de autoidentificación: la generación a la que se pertenece y el género que nos define aparecen como marcadores intensos, sobre todo entre los más jóvenes, mucho más que cuestiones como la ideología o la religión. El dato encaja con una sociedad plural, móvil, mestiza, donde la tradición se mantiene, pero ya no sirve como principal frontera de definición… pero –quizá- la revelación más potente del estudio sea la respuesta a la pregunta antigua y siempre renovada: ¿qué es “ser canario”? La encuesta no deja lugar a dudas: lo determinante no es el haber nacido aquí, sino vivir o haber vivido aquí. La identidad canaria se construye desde la experiencia y la voluntad de inclusión. Somos canarios porque habitamos el territorio, porque lo hacemos nuestro, porque lo respiramos. El acento, la convivencia, el paisaje compartido importan más que la genealogía o el pedigrí familiar. La nuestra quiere ser una identidad que se hereda viviendo y no solo naciendo.
El territorio que sostiene la identidad no es neutro: el mar, la costa, es el imán emocional mayoritario. Las playas -no como abstracción geográfica, sino como espacio elegido- emergen como símbolo y referencia colectiva entre los jóvenes. Los montes lo siguen siendo, pero más en islas de relieve muy marcado o entre mayores de 65 años, lo que refleja una memoria rural que aún resiste pero se erosiona con el cambio generacional.
El sondeo aborda nuestra relación con el patrimonio cultural. Pero se conserve o no en los museos e iglesias, no se identifica con ellos, sino con un lugar común, una cultura popular común, que se reclama y defiende como punto de encuentro social. Los encuestados mencionan fiestas y celebraciones como principal elemento patrimonial de interés; carnavales, romerías, La Rama, El Pino, y la calle convertida en espacio ritual de la modernidad, que puja por incorporarse a la fiesta. Porque lo que celebramos no son reliquias del pasado, sino experiencias vividas en plural.
La relación con el patrimonio adopta otro sesgo: la Historia se mira mucho, aunque se lea poco. Es una señal de fracaso educativo, no de desinterés por el pasado. Y cuando se pregunta sobre el estado del patrimonio en Canarias, la respuesta es optimista: nueve de cada diez canarios consideran que se conserva bien o muy bien, solo un siete por ciento lo percibe en mal estado: aquí existe un respaldo social explícito al gasto patrimonial. No todas las regiones pueden decir lo mismo. En tiempos donde todo se discute y todo se cuestiona, no es un dato baladí.
El estudio no nos dice lo que deberíamos ser; nos dice lo que creemos (y queremos) ser. Nos ofrece una imagen de Canarias atada a su entorno, consciente de su herencia, pero también abierta, compleja, contemporánea y a veces cosmopolita. Una sociedad que no se define por documentos, ni legados, ni proclamaciones, sino por la experiencia compartida de vivir en un territorio con memoria.
Somos una sociedad que aspira a construir su identidad –sea eso lo que sea- en movimiento, caminando, celebrando, viendo, recordando y respetando. Y eso, en un tiempo de identidades ruidosas, banderas prestadas y guerras sin cuartel ni prisioneros… eso ya es mucho.