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The End

Por Francisco J. Chavanel

 

 

Mucho me temo que pase lo que pase, aunque la sentencia lo declare inocente, aunque la Fiscalía del Supremo estime que hay indicios de malos tratos, la vida política de Juan Fernando López Aguilar ha llegado a su fin. Si el propio JFLA se hubiera tratado a sí mismo con idéntica medicina moral que le aplica a sus adversarios tendría que apartarse de su cargo de parlamentario, despedirse de los 17.000 euros netos que cobra cada mes, y aguardar a que un tribunal que sólo juzga a los aforados dictamine sobre su caso.

 

Los antiguos amantes enrojecieron de bochorno a quienes los siguieron en sus continuas apariciones en televisión, y en cualquier medio de comunicación, relatándonos con todo tipo de detalles cómo funcionaba su disgregada vida marital. Él presenta el perfil social perfecto de un presunto maltratador. Se comporta con complejo de superioridad y con un victimismo que llama la atención. Es víctima de los demás, víctima del mundo, víctima de las artimañas de su esposa, Natalia de la Nuez. Es un discurso inconfudible… Con todo lo que te quise y ahora cómo me pagas; con lo que he sufrido y de qué forma me tratas; con lo que he hecho por ti y no tienes la mínima compasión de un ser que te lo ha dado todo…

 

Y ella presenta el perfecto perfil de la maltratada con síndrome de Estocolmo: pérdida de autoestima y degradación con declaraciones del tipo “es un buen hombre, en realidad no quería hacerme daño”, aceptando su dependencia de él, sentirse culpable, sentir vergüenza y temor, miedo, estrés, y crisis de ansiedad. Es una historia de manual, que seguramente se estudiará en algunos foros psiquiátricos.

 

Una sentencia conocida recientemente confirma un divorcio amistoso por parte de la pareja, por lo que es imposible que la tesis de JFLA prepondere: si es amistoso no hay lucha por la custodia de los niños. Sin embargo, tengo la impresión que ella mutiló la denuncia que sobre malos tratos efectuó su hijo en enero de 2015, que dio lugar a la separación física del matrimonio. La mutiló para hacer un favor que el político pidió a voz en grito cuando ya se asomaba al abismo. Y que a partir de ese instante ella buscó la forma de que alguien hiciera la denuncia en su nombre en vista de la cantidad de cambios que JFLA había efectuado en el contrato de convivencia –diecisiete-, y del terror que inundaba su vida. Dos sartenes al fuego y dos conatos de incendio sirvieron para que la policía pusiera en marcha un protocolo que contiene un interrogatorio a los vecinos del inmueble. La mayoría narraron distintos episodios de malos tratos, que luego Natalia de la Nuez ratificaría ante el juez.

 

Ella no quiere denunciar, no quiere hacerle daño alguno al político, pero aún así no dejó de aparecer en los medios en los días posteriores al conocimiento público del caso, poniendo el dedo en la llaga, tal vez evaporando litros de rabia contenida, el haberse sentido un guiñapo en manos de un señor con el complejo de emperador, como ella mismo lo definió. Es el final. Nadie lo creerá inocente. La duda lo freirá lo que le quede de existencia.

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