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Tienes 2 minutos: ¿Qué salvarías?

Usoa Ibarra

 

 

Con los desahucios (tras la crisis inmobiliaria del 2008) hemos vivido situaciones terribles vinculadas al canibalismo capitalista. El dolor de muchas familias se evidenció al quedar despojadas de su techo, y al verles luchar con uñas y dientes por no desprenderse de esa parte psicológica y emocional que les aportaba amparo y cobijo ante la incertidumbre. Además, de asumir su miseria inminente, tuvieron que vivir el estigma del fracaso. Un señalamiento muy dañino y corrosivo para la salud mental de cualquiera que necesite volver a empezar de cero (con dignidad y empuje emocional).

 

Ahora bien, la sociedad en la que cohabitamos está llena de matices y de prismas para una misma situación de desprotección. Por ejemplo, un desamparado por una crisis económica, no es igual tratado que un desamparado que sufre la pérdida de su estabilidad por cuestiones de drogodependencia o por vulnerabilidad social (entre ellas la inmigración). Lo cierto es que, sin olvidar los matices, todas ellas comparten una realidad que desemboca en el mismo drama: personas que se ven en la intemperie y literalmente con lo puesto. Ahora bien, pensándolo fríamente, puede que el drogodependiente tenga más recursos de supervivencia a mano (abocado a ellos por la propia necesidad de tener que  vivir en los bajos fondos) que quien se vió arrastrado indirectamente por una crisis global que le engulló sorpresivamente y le hizo descender vertiginosamente en la pirámide social.

 

Como vemos los matices siempre son importantes, porque forman parte de un modo de percepción que nos hace captar la realidad de una u otra manera.

 

La fotografía que acompaña esta reflexión nos muestra la situación de desprotección que ocasiona una catástrofe natural: el volcán en La Palma (Canarias).

 

Nos adentra en ese supuesto de tener que sacar de tu casa en un tiempo insuficiente tus pertenencias más valiosas, en esa coyuntura de priorizar y por ende de ordenar mentalmente lo que es imprescindible. En el acumular vital de recuerdos, experiencias y sentimientos, muchas veces materializados en objetos propios o heredados, uno tiene que saber diferenciar (en cuestión de minutos) qué es valioso para él.

 

En ese momento la cabeza puede estar girando como un tornado entre el pasado, el presente y el futuro a tal velocidad que el procesamiento de la información acaba por colapsar toda practicidad y al final uno acabe siguiendo su instinto y sus emociones. Siendo así, el corazón de pronto puede palpitar fuertemente por un cuadro o una fotografía, aunque la cabeza dicte que lo más práctico sea un ordenador, las joyas, o las escrituras de la casa.

 

En ese momento, la adrenalina puede estar de parte de cualquier elección, y puede que psicológica y sociológicamente hablando sea importante estudiar este comportamiento en estados de emergencia, urgencia y catástrofe. Estas cuestiones conductuales y vinculadas a estados internos personales deberían ser convenientemente analizadas, porque es así como sabremos actuar con más eficiencia social, empática, solidaria y emocional.  Y así también entenderemos mejor a los que arriban a nuestras costas con el dinero cosido a la ropa o el pasaporte plastificado.

 

El rastro que deja la lava del volcán de La Palma es un señalamiento a la impermanencia constante en la que vivimos. Y es a su vez, un esmero natural e incontestable de vernos reflejados en el espejo de nuestros actos como seres insignificantes.

 

 

Igualmente, es la confirmación de que no estamos preparados para asimilar la crueldad de la realidad y renombramos a las cosas dramáticas con eufemismos para hacerlas más laxas y llevaderas, narcotizando nuestro análisis crítico y evitando con ello mantener una actitud resiliente ante la catástrofe o la crueldad que nos toca de lleno.

 

El periodista, Marcos Méndez, utilizó el término  adecuado para condensar la dualidad de sentimientos que ha generado este volcán anunciado, pero igualmente terrorífico. Él habló de un espectáculo destructivo en una de sus intervenciones televisivas.Y es a partir de aquí cómo se debe abordar, desde todos los frentes (político, social, económica y social), la situación en la isla “Bonita”. De ser un espectáculo es dantesco, porque ha dejado a cientos de familias en la intemperie, en la ansiedad de perder su espacio más íntimo.

 

Podemos estar acostumbrados a apagar los fuegos de nuestros corazones, a sustituir una cosa por otra, a condensar nuestro estado anímico en una frase, pero creo que no estamos hechos para desprendernos de golpe de lo que nos es un lugar familiar, habitable y seguro. Tampoco estamos en la mayoría de los casos preparados para la muerte, y su legado, que es como decir, para afrontar la vida tras la muerte de los seres queridos, o la devastación de lo que creíamos estable. Los damnificados de La Palma se enfrentan precisamente a esa circunstancia de ver enterrada su vida siendo plenamente conscientes de ello. 

 

Esta es la miseria que no sepulta la lava a su paso, sino que la hace emerger, más incandescente y explícita en cada una de las imágenes que nos descubren una casa menos y con ello una familia más que se queda  desamparada.

 

*La fotografía está extraída del tabloide “Daily Mail” que lleva destacando en sus noticias principales la erupción de La Palma. Su última publicación está relacionada con los 500 turistas que han sido desplazados por la erupción.

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