Todo el mundo miente (pero los políticos más)

Antonio Salazar
Las personas que no nos dedicamos a la política desarrollamos una serie de habilidades que cotizan mal en ese otro mundo paralelo de los cargos, las deslealtades, la irresponsabilidad y la militancia acrítica. De hecho, si hemos llegado hasta aquí como sociedad es porque supimos dejar atrás muchos de esos comportamientos cuando nos civilizamos al entender que era mejor comerciar pacíficamente que relacionarnos violentamente. De acuerdo con una serie de instituciones no regladas, ajenas a la capacidad de planificación de cualquier mente por más privilegiada que se considere, tendemos a vivir en paz y acceder a millones de productos de todo tipo.
Utilizando el ejemplo de “Yo, el lápiz” de Leonard E. Reed, para fabricar una sola unidad, se necesitan distintos materiales presentes en países diferentes y que son ensamblados en algún punto lejano. Nadie de los que intervienen en el proceso se conoce o se relacionan entre sí pero el bien -el lápiz- llega a nuestras manos en un desarrollo casi mágico.
A esto llamamos mercado, a la toma de decisiones diarias de forma descentralizada por parte de miles de millones de personas en el mundo, basadas en la confianza recíproca en nuestros semejantes e instituciones (informales y formales) que forman parte del proceso. Una explicación a que podamos adquirir muchos bienes sin estar siquiera presentes, confiamos en que los pagos serán atendidos y las mercancías satisfechas. Un conjunto dinámico que sigue siendo escasamente entendido y, en consecuencia, la más de las veces, pretende ser obstaculizado buscando resultados distintos, sin reparar en que tal cosa es una interferencia en las decisiones libres de millones de individuos. Obviamente, el desarrollo no es perfecto porque las personas no lo somos, aunque también hemos creado una serie de instituciones espontáneas con capacidad para emitir señales que nos alertan sobre aquellas menos fiables, provocando que su daño en reputación o de relaciones sea patente a modo de aviso para terceros.
Ahora pensemos en lo que ocurre en ese otro mundo que es el político. La mentira es divisa común y hemos aceptado como normal que no sea penalizada. Todos mienten en mayor o menor medida aunque quizás el caso del presidente Pedro Sánchez sea notoriamente más destacado por su absoluto desparpajo y por los aplausos arrobados de sus conmilitones. ¿Por qué lo consentimos si esto no es lo que admitimos a nuestros amigos o conocidos, tampoco al tendero que nos engaña con el género? Debe activarse algún mecanismo mental como mejor explicación para esta disfunción pero, la verdad sea dicha, normal no parece porque si bien en el caso de los que nos rodean hacen mejor (o pretenden) nuestro día a día, en el de los políticos no es así, con cada vez más elementos a su alcance para imponernos sus disparatadas preferencias.