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Tu gala me suena

Por Álex Solar

 

 

No soy carnavalero, aunque reconozco que es una manifestación cultural, popular, pero cultura al fin y al cabo. Como ocurre en muchas partes del mundo como Brasil, Uruguay o Argentina y mi país de origen, Chile, donde desde hace unos años se ha redescubierto el carnaval llamándolo “cultural” como una iniciativa del Estado para apoyar la ciudad de Valparaíso declarada Patrimonio de la Humanidad.

 

Como todos saben, el Carnaval es una fiesta pagana cuyo origen se remonta a la Antigüedad y se celebraba en lugares tan distintos en geografía y cultura como Roma y Egipto. En España se origina en la Edad Media por cuestiones religiosas y en la actualidad se vive con pasión en sitios como Cádiz y Canarias, donde el de Tenerife va camino de ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Pues bien, la jerarquía eclesiástica de estas Islas parece que ha olvidado que los seres humanos tanto individualmente como colectivos somos historia, que evolucionamos y no estamos en la Edad Media , y ha alzado las campanas al vuelo en toque de arrebato o el grito en el cielo por la actuación de la drag Sethlas, ganadora del último certamen de Drag Queen. Visioné, zapeando antes de ver mis programas favoritos de la noche, la actuación de aquel evento y pegué un salto de sorpresa en la butaca cuando vi la representación, pero no me escandalicé en lo más mínimo. Y no porque yo no sea religioso, porque siendo ateo, agnóstico o como Uds. quieran llamar a mi descreimiento, soy profundamente respetuoso de las creencias e ideologías ajenas. Lo saben familiares, a los que a veces he acompañado a sus celebraciones y ritos de su fe, también los lectores que nunca me habrán visto una actitud de menosprecio hacia la religión o las personas que la sigan en cualquiera de sus manifestaciones.

No obstante, solo quisiera recordar un par de cosas o hacer unas consideraciones respecto a este incidente de la Gala. El obispo Álvarez, de Tenerife, y sus manifestaciones sobre la pederastia no son precisamente ejemplares. Tampoco las de otros dignatarios eclesiásticos como los de Granada, San Sebastián o Valencia, sobre cuestiones como el aborto, la violencia machista, la homosexualidad, los refugiados, etc. Parece como si la Iglesia Católica, a través de sus voces quisiera entrometerse en todos los ámbitos de la vida civil o secular imponiendo su doctrina como si estuviéramos en tiempos de Torquemada. Ahora el obispo de Canarias se rasga las vestiduras ante un espectáculo que tiene su propio lenguaje y su formato. A mí las galas de las drags me recuerdan al Teatro Pánico de Arrabal y Jodorowsky, en los 50 , que escandalizaban a las buenas gentes de París, la ciudad más “pecadora” y despercudida del planeta. Sobre el escenario pasaba de todo: sacrificios de animales, desnudos, actos blasfemos, etc.

 

La gala del escándalo lleva a cuestionar las varas de medir con que se juzgan los excesos de la libertad de expresión en este país. Una libertad que excepto la calumnia, incluye los infundios y hasta las ofensas. Bendita sea, porque es mejor que la gente se manifieste antes que se esconda o no pueda decir lo que cree, o piensa. Ya sea montada en un autobús o en una caravana, o en un escenario carnavalero.

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