PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Un elegante ejercicio ideológico

 

Gloria Artiles

 

 

Le propongo que se haga la siguiente pregunta: ¿Cuántas iniciativas u opiniones del partido al que usted no ha votado, o mejor, del político que más detesta, reconoce que están acertadas? Si es sincero, seguramente le va a costar encontrar alguna. En una discusión con su pareja o ante un grupo de amigos, ¿cuántas veces se da cuenta y reconoce, pero de verdad, no de boquilla, que usted es el que estaba equivocado?

 

La lucha por tener razón es la lucha del ego que necesita demostrarse y demostrar que es superior al otro. No es fácil asumir que uno mismo no es ese ser perfecto y coherente que creía. Hace falta mucha valentía, mucha humildad, y sobre todo mucha honestidad con uno mismo: que no nos dé miedo encontrarnos con nuestras propias inconsistencias. Recuerdo que hace tiempo leí que una diputada de la CUP, formación autoerigida en defensora de la lucha contra las desigualdades sociales y de los oprimidos, a cuyos integrantes (se supone) les parece deleznable las que sin duda son extremas diferencias de salario existentes en este sistema capitalista que tanto detestan pero del que ellos se benefician, cobraba un sueldo que para sí quisiera un ejecutivo neoliberal: la friolera de casi 100.000 euros al año. Este es un ejemplo diáfano de la mentira en la uno puede llegar a vivir. Pero el autoengaño no es únicamente patrimonio de los integrantes de la CUP, es patrimonio de toda la humanidad: también de usted y de mí.

 

Sería saludable para la regeneración no sólo política, sino también personal, empezar a dejar de señalar la mota en el ojo de los otros, especialmente de aquellos que no piensan como nosotros, y comenzar a reparar en la viga que tenemos en el nuestro. Creo que sería un elegante ejercicio ideológico abandonar nuestra majadera arrogancia, que sólo denota la pequeñez de nuestro ego. Se trata de asumir nuestra humanidad, o sea, de reconocer nuestros propios errores. Hace falta revisar nuestros puntos de vista sobre el mundo, aunque ello suponga no sólo admitir nuestras incoherencias, sino tener que atravesar la desagradable sensación de que cambiar de opinión es traicionarnos a nosotros mismos y a los valores a los que nos hemos aferrado siempre. Reconocer que el otro puede tener una parte de razón y que yo pueda estar equivocado, aparte de que nos daría la legitimidad para ser creíbles, sería también un sano ejercicio de neutral inteligencia, porque el que alardea de que siempre ha mantenido la misma posición, puede que no esté exhibiendo la integridad que pretende, sino demostrando una encubierta tozudez. Sin las muchas personas que a lo largo de la historia se cuestionaron lo que pensaban, tengan por seguro que la humanidad ni siquiera hubiera pasado de la Edad Media.

 

 

 

Comentarios (1)