Un mal año

Francisco Pomares
La vista del juez Peinado ha durado apenas un cuarto de hora, pero resume mejor que cualquier análisis la situación en que se encuentra el patio. Begoña compareció ante el juez Peinado y se negó nuevamente a responder a sus preguntas. Un silencio calculado, que no hace sino acrecentar las dudas en torno a un caso que desde Moncloa se presentaba como una anécdota menor, un empecinamiento de un juez incómodo. Hoy, con cinco delitos sobre la mesa –se la investiga por tráfico de influencias, corrupción, apropiación indebida, intrusismo y malversación- cuesta más seguir repitiendo ese argumento.
De la misma forma que resultó sospechoso que el fiscal general destruyera sus mensajes de móvil, resulta extraño que Begoña intente que no se investigue su correo institucional, ese servicio que nunca antes había tenido ninguna consorte presidencial. La tercera negativa de Begoña a declarar ante el juez –un derecho que asiste a cualquier procesado- es un arma de doble filo: demuestra hasta qué punto el asunto empieza a preocupar en Moncloa. Porque no se trata solo de la mujer del césar, también su hermano está imputado junto a los que le crearon una muy bien remunerada plaza ad hoc. Y el fiscal García-Ortiz sufre una investigación abochornante, que no ha llevado a la pérdida de confianza del Gobierno en él, sino a todo lo contrario. Y el panorama alrededor de Sánchez se completa con Leire Díez, Koldo García, Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Víctor de Aldama, todos atrapados en un enjambre de versiones contradictorias que no augura nada bueno para Moncloa, y a la que se ha sumado con entusiasmo la exmujer de Ábalos, decidida a ajustar cuentas con quien fuera su marido. Gracias a sus revelaciones, se ha sabido que medio PSOE, desde Sánchez a la Montero y sus colegas de Consejo, a Adriana Lasta y la propia Bego, todos conocían al dedillo y con lujo de detalles las andanzas del putero mayor del reino. Y nadie hizo nada, excepto guardar un prudente y cómplice silencio, mientras el Grupo parlamentario de Tito Berni se planteaba ilegalizar la prostitución…
La lista de problemas no concluye en el Consejo de Ministros y la organización del PSOE. El expresidente Zapatero, mentor y consejero de Sánchez, se ve señalado por una investigación abierta en EEUU sobre sus vínculos con Maduro y su tinglado de intereses turbios relacionados con el narcotráfico. Es el escándalo internacional que amenaza con salpicar a un Gobierno cuya legitimidad ya se tambalea dentro de casa.
El Ejecutivo inicia además el curso político con una derrota sin paliativos, fruto del descontrol legislativo de Sumar, y la voluntad de los socios indepes de distanciarse del Gobierno. Tras votar Junts en contra de la reducción de la jornada laboral, el PSOE se ha dado cuenta de que Puigdemont es de derechas. ¡¡Que astucia!! En el Congreso, el Gobierno se somete a un chantaje permanente por parte de Junt, que maneja la agenda con un insólito descaro, mientras Moncloa se pliega una y otra vez, consciente de que sin los votos catalanes no hay legislatura. A cambio, la fractura de la Cámara crece, y la institucionalidad se erosiona a diario.
Sánchez se encuentra hoy también fuera de cualquier juego en la política internacional. Hace ya meses que perdió voz en Europa, incapaz de proyectar liderazgo en un continente que se arma hasta los dientes, preparándose para hacer frente a una guerra cada vez más inevitable. Tampoco se atreve Sánchez a alzar la voz en nombre de la Internacional Socialista, convertida en una amalgama desconcertante de populismos iliberales y socialdemocracias en retirada. Y encima, tiene Sánchez al gafe cerca: el mismo día que lanza sus medidas contra Israel, el terrorismo islamita asesina en Jerusalem a seis personas, entre ellos al primer español que la guerra se lleva por delante. Mala suerte.
La única agenda a la que parece aún entregado Sánchez es la de su propia supervivencia personal, la defensa de su familia y el blindaje de su fiscal, acusando a los jueces de perseguirlo. ¿Por qué se arriesga Sánchez tanto por el fiscal general? Hay quien asegura que el fiscal solo hizo lo que le pidió Moncloa: ganar el relato a toda costa, incluso a costa de jugarse acabar en prisión. El desahuciado Lobato –a la sazón portavoz del PSOE en la plaza de Ayuso- se negó a correr ese riesgo y duró el hombre en su puesto menos que un caramelo en la puerta de una escuela.
Un mal día lo tiene cualquiera. Pero lo de Sánchez es ya un mal año. La cadena de escándalos, imputaciones y contradicciones no se arregla con un golpe de efecto ni con una comparecencia en la tele. Lo que asoma es una crisis de fondo, que plantea dudas no ya sobre la fortaleza del Gobierno, sino sobre su propia capacidad para sostenerse sin arrastrar por el camino al sistema político. ¿Aguantará Sánchez? ¿Aguantará su Ejecutivo el goteo imparable de malas noticias? Cada día que pasa parece más claro que su continuidad depende de un fenómeno inquietante: el crecimiento de la ultraderecha. Sánchez espera que Vox hunda al PP y deje al PSOE como único dique frente al desastre. Es un cálculo tan arriesgado como irresponsable. Pero hay precedentes: Mitterrand alentó al partido de Le Pen para frenar el ascenso al poder de la derecha democrática. Hoy el PS francés prácticamente no existe.