Un túnel para que La Laguna respire

Francisco Pomares
El alcalde de La Laguna se despachó el domingo en El Día con una entrevista de formato casi telegráfico, y volvió a insistir en algo en lo que algunos llevamos mucho tiempo creyendo: que el desarrollo urbano de la antigua ciudad de los Adelantados pasa –necesariamente. por el soterramiento de la TF-5 en su encuentro con el municipio. No se trata de un capricho ni un proyecto ornamental de proporciones faraónicas: es la única manera de coser una urbe partida en dos por una vía que, en hora punta, parece más una cicatriz.
Poco hay que explicarle a cualquiera que sufra cada mañana los atascos del norte. La TF-5 es el principal cuello de botella de las comunicaciones de la isla. Por ella entran y salen estudiantes, trabajadores y pacientes de toda la isla, por ella se accede al aeropuerto de Los Rodeos, a la Universidad, al hospital y, en definitiva, a la capital, Santa Cruz. Cualquier obra que permita aliviar los atascos y retrasos que se suceden durante horas a diario, es una inversión en salud pública, productividad y calidad de vida en Tenerife. Pero también es más cosas, entre ellas las que el alcalde Luis Yerai Gutierrez ha dicho con claridad inapelable: soterrar no es solo meter miles de coches bajo tierra, es también recuperar un suelo que la Laguna necesita para su desarrollo como ciudad, para unir sus barrios, abrir espacios verdes y planificar un futuro urbano que hoy resulta imposible con la autopista en medio.
No se trata, desde luego, de un proyecto barato. Los cálculos más prudentes hablan de quinientos millones de euros, aunque en los presupuestos autonómicos solo figuran de momento unos 55 millones para actuaciones previas y para el tercer carril entre Guamasa y Los Rodeos. Esa cifra puede servir para estudios, trámites y quizá el arranque de un primer tramo, pero está a años luz del coste real. Sin la participación decidida del Estado, y probablemente también de la Unión Europea, es inviable que el Cabildo o el Gobierno canario asuman en solitario el que es hoy –probablemente- el proyecto más importante y necesario para la circulación en Tenerife. A la vista de la actual coyuntura presupuestaria, pensar que pueda iniciarse en esta legislatura, y concluir en la próxima, parece un ejercicio visionario.
Quizá en eso resida el mérito de las declaraciones del alcalde. Luis Yeray no se limita a pedir paciencia ni se refugia en la coartada de la falta de competencias: toma partido por la obra y la señala como lo que es: una prioridad estratégica. No se trata de un gesto menor, en una ciudad que lleva años convirtiéndose en ejemplo de integración entre patrimonio, historia y desarrollo. Gutiérrez ha demostrado que sabe tejer alianzas: ha gobernado con la izquierda del PSOE, y ahora lo hace con los nacionalistas y ha hecho ambas cosas manteniendo la buena consideración en su propio partido. En estos tiempos de pavor ante el impacto de las redes y de cobardía generalizada a la hora de defender aquello en lo que se cree, su apoyo público a un proyecto cuestionado por quienes objetan que hay prioridades más urgentes, que el proyecto es problemático o destructivo, envía un mensaje claro al Cabildo, al Gobierno y, sobre todo, a Madrid: la Laguna no se va a conformar con parches.
A los que creen legítimamente que la inversión es desmesurada, que hay otras prioridades que atender, o que basta con ampliar carriles, podemos recordarles que es el mismo exacto argumento que se utilizó durante décadas para retrasar la puesta en marcha del tranvía. Hoy ya nadie discute que aquella inversión modernizó la movilidad en el área metropolitana. La diferencia es que el soterramiento no solo moverá personas: transformará la fisonomía de la ciudad y su capacidad de crecer. Porque el soterramiento de la autopista no es solo una obra de ingeniería. Es una apuesta por otro modelo de ciudad: supone liberar terrenos hoy condenados al asfalto para destinarlos a parques, vivienda, equipamientos culturales y universitarios. Significa reducir el ruido, mejorar la calidad del aire y coser barrios históricamente aislados por la autopista. Significa llevar el tranvía desde la Laguna hasta Los Rodeos, despejando el uso de miles de coches particulares. En una isla donde la expansión urbanística se ha realizado tantas veces a golpe de improvisación, pensar a medio y largo plazo es casi revolucionario. En un tiempo en que la política se dispersa en gestos y titulares efímeros, conviene aplaudir cuando alguien fija un rumbo claro. El alcalde de La Laguna lo ha hecho. Ojalá tomen nota los que tienen la llave de la caja. La Laguna y el norte –y por tanto toda la isla– necesitan ese túnel para poder respirar.
La buena noticia es que, al menos, el debate se abre. Que el alcalde lo defienda sin ambigüedad coloca el proyecto en la agenda política y obliga al resto a pronunciarse. El desafío es doble: que el Cabildo y el Gobierno canario se alineen y que el Ejecutivo central asuma que esta obra, por su envergadura y su impacto en la movilidad insular, debe financiarse como infraestructura de Estado. Y que lo haga ya: la isla no puede seguir estrangulada por un embudo de asfalto, mientras se discute durante años si la factura a pagar es demasiado alta.