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Una calle para Olivia

Myriam Ybot

 

Todavía sigo atravesada por los ecos, impactos, sensaciones y placeres derivados de la inmersión sin escafandra en la III Fiera del Libro de Lanzarote. Normal, por otra parte, si se tiene en cuenta que escribo estas líneas al día siguiente de su exitosa clausura, aunque, al mismo tiempo, alrededor de tres semanas antes de su publicación.

 

Como quiera que las notas de prensa, los mensajes de whatsapp, las publicaciones en redes y las fotos compartidas no alivian mi particular síndrome de abstinencia de novedades editoriales, casetas, rostros sonrientes, los claros y nubes sobre el cielo de San Bartolomé y el inefable tacto del papel y la palabra, busco consuelo en esta página que Lancelot me abre con dadivosa mensualidad.

 

Repaso los apuntes tomados en las presentaciones de libros —de letra abigarrada por la resistencia de la neurona a repartirse entre la escritura y la atención prendida en las introducciones— y encuentro una frase subrayada con rotundidad con un surco de tinta y convencimiento, que dice: Una calle para Olivia.

 

Y es que, de una Fiera, que no es una feria cualquiera, se sale con libros, reencuentros, aprendizajes, selfies con celebridades, marcapáginas de madera, minicuentos de origami, cantidades de abrazos y besos, y algunas convicciones definitivas. Y una de ellas, ya intuida, ya sugerida, ha sido la relevancia de la mirada literaria de Olivia Stone sobre el territorio lanzaroteño y su carácter precursor de la construcción de una nueva imaginería para colorear la isla seca, chamuscada y oscura de tiempos pretéritos. Antes que Agustín Espinosa, antes que Ignacio Aldecoa, antes que Rafael Arozarena, y que César Manrique.

 

Cierto es que la irlandesa aún se sacude el polvo del encierro de olvido al que fueron sometidas su exitosas letras, pese a vender en tiempo récord dos ediciones del compendio Tenerife y sus seis satélites, en 1887 y 1889, lo que indica que, posiblemente, ningún viajero británico de la época preparara un trayecto a Canarias sin leer su libro. Gajes del género.

 

Durante la presentación de En camello por Lanzarote, una traducción actualizada del capítulo relativo a la isla y editada por Itineraria, su prologuista, Pepe Betancort, realizó una encendida reivindicación de esta autora y de su texto pionero. Y de la asignatura pendiente de reconocimiento público a quien escribiera de Arrecife que “con montañas de colores peculiares de fondo, ofrece una agradable imagen y es un lugar donde abstraerse y soñar despierta, dejar que el tiempo pase y los años se releven en una sucesión pacífica, hasta al final despertarse, demasiado tarde, con la juventud perdida, canas en el pelo, la vida pasada y ningún logro conseguido”. Una afirmación reveladora para quien buscaba perpetuarse a través de sus libros.

 

A qué espera quien nombra el callejero urbano, a mayor gloria de la memoria de lugares y gentes, para rendir homenaje a la escritora. Y qué mejor prueba para quienes elegimos pasar la vida y encanecer en Arrecife, de que no hemos sucumbido a la locura.

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