Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

Francisco Pomares

 

 

Hay frases que pueden formar parte de nuestro paisaje sentimental. “En Canarias una hora menos” es, sin duda una de ellas. La hemos escuchado tantas veces –aquí y fuera- que si un día desapareciera, declararíamos ese día, día de duelo regional. Más que una coletilla radiofónica, la sentencia se ha convertido con los años en una declaración de diferencia. Un recordatorio de que, mientras el resto de España cena, aquí todavía seguimos merendando; de que el mapa no se acaba en Cádiz, ni las islas son parte del mediterráneo suroeste, ni nuestro reloj se ajusta en Moncloa.

 

La historia de la frase tiene autor y fecha: José Antonio Pardellas, durante años director de Radio Nacional de España en Tenerife, la acuñó en 1969, cuando los oyentes del Archipiélago se confundían con los horarios de la Península. Cada vez que el locutor José Ferrer decía “son las tres”, Pardellas añadía, con su voz grave y paciente: “una hora menos en Canarias”. La frase pegó como un sello y acabó convertida en un clásico nacional. Medio siglo después, sigue recordándole a este país que existe un pedazo de patria donde el sol tarda una hora más en ponerse.

 

Sin embargo, siempre hay algún iluminado dispuesto a discutir lo evidente. De vez en cuando, algún tecnócrata sin seso se pregunta si no sería “más práctico” que Canarias tuviera el mismo horario que la Península. La idea tiene tanto sentido como uniformar la meteorología: todos deberíamos tener el mismo sol, la misma lluvia y, si se tercia, las mismas nubes. Y va a ser que no: quizá no sea una suerte vivir aquí, pero al menos nuestro huso horario es nuestro en exclusiva.

 

La historia de porque ocurre así es conocida: la España peninsular estableció el horario de Greenwich durante el reinado de Alfonso XIII, y a partir del 1 de enero de 1901, mediante un real decreto del presidente del Consejo de Ministros, Francisco Silvela. En Canarias, y hasta 1 de marzo de 1922, se utilizó la hora solar local o algo equivalente. A partir de esa fecha se adoptó una hora menos que la Península hasta el 16 de marzo de 1940. Ese día, la España peninsular y Baleares abandonaron Greenwich para instalarse una hora más al oeste, en el huso del Berlín hitleriano. Nosotros fuimos elegantemente desplazados al huso del meridiano londinense, donde seguimos. La diferencia horaria -“una hora menos en Canarias”- tiene su base legal en una decisión del Gobierno de Franco, que decidió alejar a España del huso británico y acercarlo en el continental. Fue esa decisión la que estableció un marco técnico que luego Pardellas logró convertir en expresión de éxito en la radio y televisión.

 

Creo que hace unos años alguien midió el impacto económico de la aportación publicitaria que supone mencionar nuestra diferencia horaria con la península en todos los informativos de todos los canales de radio y televisión del país. Es una cifra multimillonaria, y renunciar a esa publicidad gratuita para el nombre de nuestra región sería una solemne estupidez. La hora menos ha hecho por nuestra percepción como comunidad con características diferentes más que todos los encuentros políticos en defensa de nuestra singularidad y características específicas. La hora menos en Canarias –ese asunto que parece una memez de escasa enjundia- es sin duda el más importante símbolo diferenciador del archipiélago frente a nuestros compatriotas continentales. La expresión “una hora menos” sigue siendo uno de los pocos recordatorios de pluralidad real que sobreviven en la radio. Es una frase que nos iguala reconociendo la diferencia. Cuando el locutor la pronuncia, por un instante el país recuerda que hay un archipiélago que existe, que está ahí, y que no tiene por qué vivir en el mismo minuto que el resto. Quizá por eso molesta en algunos despachos del Godo, y cualquier voluntad de cambiar nuestro estatus de huso despierta también esa furia tan nuestra a la hora de presentarnos como víctimas. A fin de cuentas, contar con un huso propio cuando no contamos con trenes, carreteras nacionales o participación decisiva en los puertos y aeropuertos de Canarias, supone una minúscula victoria del sentido común sobre la política del decreto.

 

Y una nota marginal: esta semana, Pedro Sánchez ha decidido resucitar el debate sobre la supresión del cambio horario en invierno y verano, presentándolo como si fuera una idea brillante salida de su propio laboratorio mental. Lo ha hecho con su tono habitual de hallazgo providencial, como si el Parlamento Europeo no llevara desde 2018 dándose plazos sucesivos para decidir si se suprime el cambio de horarios en invierno y verano. Probablemente, el presidente no distingue un huso horario de una promesa de campaña, y por eso nos propone eliminar ese cambio de hora entre verano e invierno que ahorraba tantísimo consumo de CO2, como si acabara de descubrir que la Tierra no es plana, sino que gira sobre sí misma.

 

Si algún, por ese o cualquier otro motivo, alguien borra nuestra frase de la radio, habrá que repetirla desde aquí, alto y claro, para que se entienda: “Son las ocho en Canarias… y una hora más en Madrid”.


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