Una mala noticia

@antoniosalazarg
La reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre Uber ha sido celebrada por una parte no despreciable de la sociedad como un éxito sin parangón. Más allá de los estrictamente concernidos -los taxistas que denunciaron-, la prensa y los políticos -las más de las veces, indistinguibles- se sumaron a la algarabía y proclamaron ufanos que habían vencido los taxistas mientras que la plataforma digital fue claramente señalada como perdedora. El problema es que el argumento está cogido por los pelos, los triunfadores no parece que resulten quienes más ruido han hecho contra la implantación de esta innovación disruptiva, una empresa de la nueva economía que rápidamente se ha hecho con el favor de un amplio número de clientes. Habría que hilar muy fino para entender de la sentencia conocida como perdedora a la compañía americana, básicamente porque ya operaba en nuestro país de forma legal, al amparo de las licencias de VTC (vehículos con conductor). La disputa actual, sobre el número de licencias de este tipo sobre el total de taxis, no fue valorada por la justicia. Entonces, si no ganan ni pierden los que son reputados de ganadores y perdedores, ¿quién lo hace?. En realidad, perdemos todos los ciudadanos que por mor de la burocracia en Europa no podremos beneficiarnos de innovaciones tecnológicas y disruptivas que convierten en obsoleta la prestación de muchos servicios tal y como los conocemos. Se castiga la investigación, el desarrollo y el avance porque precisamente se ataca que puedan incorporarse a nuestro día a día servicios que nos mejoran la vida y nos la hacen más confortable y barata. Esto es lo que ha decidido, una vez más, Europa. A nadie puede extrañar que un pequeño país como Israel tenga más empresas cotizando en el Índice Tecnológico Nasdaq que toda la Unión Europea junta. Un desatino, claro está, propiciado por la ceguera, la cerrazón y la protección de grupos de interés que son eventualmente importantes a la hora de votar.
Uber o Cabify, los nuevas operadores que conectan a consumidores y conductores, proponen un servicio casi de lujo, donde elegimos la temperatura a la que viajamos, la radio de nuestro gusto, nos ofrecen coches limpios que huelen bien, los conductores -perfectamente uniformados- nos invitan a agua mientras que las tarifas son de un precio considerablemente menor. Los taxis, que no han entendido la naturaleza del proceso, son todo lo contrario pero han encontrado unos singulares defensores que, eso sí, ya no son los clientes. Son los nuevos tiempos, no parece claro que lo mejor y más pertinente sea mantener privilegios por la vía de la fuerza legal y pronto debería acometerse la eliminación del actual sistema de licencias.
¿No hay ganadores? Bueno, sí, unos que no resultan visibles pero que se relamen ante la posibilidad de que si Uber es considerada transportista y no una empresa tecnológica, en aplicación del mismo criterio Airbnb pueda ser metida en vereda. Competir no se les da muy bien pero a la hora de enredar, muchos de nuestros empresarios son unos verdaderos artistas.