Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

La última resolución del Consejo de Seguridad que renueva el mandato de Minurso -la misión para el referéndum en el Sáhara Occidental-, ha desatado una nueva ola de inquietud. Por primera vez, la ONU vincula formalmente su trabajo al plan de autonomía propuesto por Rabat, respaldado por Estados Unidos y asumido ya por buena parte de la comunidad internacional. Es un cambio histórico: la aceptación de la propuesta marroquí como punto de partida para la negociación.

 

Mientras Marruecos celebra en las calles y plazas del Reino, en Canarias vuelven los miedos ancestrales. Políticos, analistas y asociaciones prosaharauis advierten sobre los peligros del “expansionismo marroquí” y el riesgo que representa para las islas un vecino más fuerte. Se mencionan las tierras raras submarinas, la delimitación de aguas, los puertos, la pesca o incluso el espacio aéreo. El miedo al gigante del sur se ha convertido en costumbre. Pero conviene preguntarse si ese miedo no tiene hoy mucho más que ver con la propaganda y el eco del pasado que con riesgos reales del presente.

 

En los últimos años, Marruecos ha cosechado un respaldo internacional que resulta imposible ignorar. El punto de inflexión llegó en 2020, cuando Donald Trump, en el ocaso de su mandato, reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental a cambio de que el rey Mohamed normalizara las relaciones con Israel, como hizo. El gesto de Trump, considerado otra extravagancia trumpista, acabó por convertirse en tendencia: España se sumó al mandato de Trump en 2022, con la insólita carta de Sánchez a Mohamed VI calificando su propuesta de autonomía como “la base más seria y creíble” para resolver el conflicto. Francia, tradicionalmente ambigua, completó el giro pragmático el año siguiente. Ahora, Naciones Unidas cierra el círculo: el Consejo de Seguridad orienta el mandato de la Minurso hacia la autonomía marroquí. El mensaje es inequívoco: la comunidad internacional respalda un camino realista, aunque no perfecto. Tras medio siglo de bloqueo, el referéndum de autodeterminación que exigía el Polisario es inviable. Nadie sabe cómo organizarlo, con qué censo, y en qué condiciones. Mantener la ficción del referéndum solo prolonga una guerra que se libra desde hace décadas sin vencedores ni horizonte.

 

En Canarias, sin embargo, el debate se alimenta de temores: asusta la consolidación económica de Marruecos, la expansión de sus infraestructuras portuarias o turísticas en Dajla y El Aaiún, o la eventual competencia de un “Caribe africano” frente a nuestra industria turística. Pero esa visión olvida algo esencial: la inestabilidad en el norte de África —no su desarrollo— es lo que realmente nos amenaza. La pobreza, el caos político y la falta de oportunidades han fabricado la emigración irregular, el terrorismo islamista y de la penetración de Rusia y China en el continente. Un Marruecos más próspero y con mayor estabilidad, puede suponer competencia, desde luego, pero también cooperación, inversiones y paz en la frontera sur de Europa. El desarrollo de Marruecos puede crear empleo, reducir la llegada de pateras y generar un entorno de seguridad. Es una lectura pragmática, ajena al dramatismo con el que la política se enfrenta a este asunto. La amenaza no es que Marruecos prospere, sino que la región siga empantanada en la indefinición y el conflicto. Lo que está en juego es la estabilidad de toda la fachada atlántica africana. Canarias no puede permitirse un foco permanente de tensión a cien kilómetros de sus costas. El plan de autonomía marroquí, con todos sus defectos, ofrece al menos una vía de salida. No resuelve el dilema moral de la injusticia sufrida por los saharauis, pero crea las condiciones para un acuerdo político y económico que podría favorecer a todos, y resolver la división hoy existente entre el pueblo del interior y el del exilio, el mayor escollo al que se enfrenta la autodeterminacón. La alternativa es seguir anclados en un conflicto congelado, sin Estado, sin derechos y sin desarrollo.

 

Ninguna solución será completamente justa para quienes llevan medio siglo esperando un referéndum que nunca llegará. Pero la justicia total es una utopía, y la política internacional se construye sobre equilibrios, no sobre sueños. El Polisario haría bien en asumir que negociar autonomía y garantías de autogobierno real puede ser más útil que prolongar una guerra simbólica condenada al desgaste.

 

Canarias, por su parte, debería mirar esta evolución con serenidad. Marruecos no es una amenaza, sino un hecho geopolítico. La prosperidad del vecino no debilita a las Islas; la inestabilidad, sí. La desaparición de la inseguridad jurídica y del conflicto abriría un escenario más previsible para el comercio, la inversión y la cooperación transfronteriza. Lo que debería preocuparnos no es un Marruecos fuerte, sino un norte de África débil, desordenado y empobrecido. Una paz imperfecta es siempre mejor que la guerra. Y la incertidumbre no emancipa a nadie.


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