Una vida más feliz
Por Alex Solar
Emilio Ortiz, escritor invidente, ha publicado un libro titulado “La vida con un perro es más feliz”, inspirado por la figura de su compañero canino y guía Spock, un Golden retriever de 9 años. Lo he visto en el telediario con su peludo amigo y he estado de acuerdo con lo que dice acerca de las cualidades especiales de estos animales. Quien haya crecido con un animal de compañía sabe que a posteriori son un recuerdo inolvidable. El mío se llamaba Cantinflas, tal vez porque tenía una “camiseta” blanca y “pantalones” negros. Yo era demasiado pequeño para acordarme de todo lo que hacía el can, pero sí recuerdo que lo volvían loco los terrones de azúcar que de vez en cuando se le daban como premio. Quién sabe qué pasó con la mascota familiar cuando dejamos ese apartado confín de la frontera con Argentina en el lluvioso y gélido Sur chileno. No volví a tener perro hasta la edad adulta, ya en España, una cachorrita que murió de parvovirus y tal fue la pena que me dio tener que sacrificarla con una inyección proporcionada por el veterinario que ya no quise pasar de nuevo por la experiencia de poseer un animal de compañía.
No ha sido sino ahora, a la edad “erótica” (69 años), en que por azar el destino ha querido que me vea rodeado de perros en casa. Llegaron todas, Maya, Ahri y Wichi, de la mano de mi hija, que las recogió de perreras y predios rurales en Valencia y Murcia. La última en llegar era la más revoltosa y pronto acabó con la paciencia de su dueña, que me la traspasó y yo acepté gustoso. Desde entonces forma parte de nuestra familia y de la perruna compuesta por las otras dos, mayores que ella.
Ortiz afirma que cada can tiene su “perronalidad”: el suyo se comunica estrechamente con él y es también amable con la gente que lo visita en su casa, acercándoles objetos tales como el mando de la tele o unas pantuflas. Cada perro es un mundo distinto, y hace que los humanos que lo deseen entiendan su lenguaje. Tienen sus rutinas, anuncian sus deseos de mimos, comidas preferidas, sus ansias de pasear a veces y también varían su mensaje de acuerdo a lo que han establecido como código de comunicación con otros miembros de la familia. Saben con quien hablan, por así decirlo y cuando hay alguno que no le simpatiza se lo hacen saber bien a las claras.

Indudablemente, acariciar a un animal es altamente relajante y he podido comprobar personalmente sus efectos terapéuticos contra la ansiedad o los momentos bajos.
No es fácil conseguir que algunos entiendan el afecto a los animales y España no se distingue especialmente por dar facilidades a los dueños de mascotas, que no pueden subir al transporte público (a menos que sean perros lazarillos como Spock) y rara vez son admitidos en cafeterías, restaurantes y otros sitios públicos. Excepcionalmente, algunas comunidades han habilitado espacios de recreo públicos, como playas en la Comunidad Valenciana o Canarias, en los que los amos y los canes puedan disfrutar en compañía de la naturaleza. La actitud negligente de algunos propietarios que abandonan y descuidan la higiene de sus animales, que dejan excrementos en la vía pública o provocan molestias, accidentes o desgracias cuando son dueños de perros llamados “potencialmente peligrosos”, lamentablemente hacen un flaco favor a todos los que amamos y cuidamos a nuestras mascotas. Hay que decir que hay amos que merecen palos, o sea, severas sanciones.
La sentencia contra los maltratadores del perro King ha movido las conciencias contra el maltrato animal y me sumo a las peticiones de la Protectora Sara para que en lo sucesivo las penas contra estos delitos sean mayores y ejemplares. Lamentablemente estos hechos siguen siendo habituales y afectan especialmente a los animales destinados a la caza. Recientemente se ha descubierto en la península una fosa con más de un centenar de cadáveres de podencos. Cuánto hijo de perra, con perdón, entre los humanos…