Juanele, exponente de una familia que lleva más de 150 años fabricando timples artesanales

M.A.C.
Foto: Andjelina Schmidt
En pleno corazón de La Villa, cuna insular del timple, se ubica la escuela de artesanía de Juanele, de su familia en realidad porque los Morales llevan más de 150 años fabricando timples de manera artesanal. Su abuelo, su padre y todos sus hermanos han vivido inmersos en ese universo de maderas nobles, sierras, tornos, lijas, cepillos y olor a serrín. En las paredes, como trofeos, cuelgan algunos de los miles de instrumentos de cuerda fabricados y decenas de fotos que ilustran una vida de trabajo.
Juanele en realidad se llama Esteban pero todo el mundo lo conoce por el nombre de su padrino. “Mi padrino se llamaba Juan pero a mí me tocaba llamarme Esteban porque mi hermano mayor ya se llamaba así, sin embargo mi padre se equivocó y me bautizó como Juan, aunque me registró como Esteban… el caso es que todo el mundo me empezó a llamar Juanele, y con Juanele me quede”, explica sonriendo. “Yo soy músico de profesión. Siempre he tocado el clarinete, pero desde pequeño mi padre me puso en el taller a elaborar timples y otros instrumentos musicales, así que todos estos años he compaginado las dos cosas”, explica, confesando que también sabe tocar el timple, pero no le apasiona como el clarinete o el saxofón. “A los cinco años ya sabía hacer clavijas y a los diez hacía perfectamente un timple sin ayuda de nadie”.
El patriarca de los Morales, el abuelo de Juanele, era marino en su juventud pero muy habilidoso con las manos y cuando no estaba embarcado hacía trabajillos con la madera. “A los 16 años compró un timple y como era muy mañoso, aprendió a hacerlos para los amigos y la familia, y poco a poco a venderlos a quienes se los encargaban, desde entonces hasta ahora”.
La elaboración de un timple es un proceso minucioso que comienza por la elección de la madera. “En realidad, es un poco a capricho del artesano, puede ser palosanto, palisandro, moral o nogal o cualquier madera que no tenga contrastes al cambio de temperatura, que se mantenga estable ante el frío o el calor”, cuenta, comentando que salvo la madera de moral, el resto las traen de la península.
Juanele saca una a una las piezas de un timple desmontado sobre su mesa de trabajo, explicando cómo realiza la talla de cada una de las partes, el mástil, la caja… “Es como la horma de un zapato, se realizan las piezas, se barnizan con cuidado, sin medir el tiempo por que entre capa y capa de barniz hay que esperar a que seque bien para no estropearlo, cuando están todas las piezas se monta. Sólo en barnizarlo yo tardo tres días, pero un buen instrumento no puede cuantificarse en horas… las que te pida el instrumento. Un timple artesanal no suena como uno fabricado en cadena, pero el resultado final exige un esfuerzo”.
El coste final del instrumento depende de la incrustación, pero el precio medio de un timple sencillo podría ser de 500 euros. “La mayoría de los encargos vienen de Alemania pero hay timples de Simón Morales Tavío e hijos repartidos por todo el mundo”, afirma. “Desde Alaska, a Buenos Aires, pasando por Europa, especialmente, como digo, en Alemania, nuestros timples han viajado por el mundo”.
Los instrumentos han ido evolucionando en manos de sus creadores. “Mi abuelo decía que para tocar los aires canarios tan sólo hacían falta tres notas, mi padre ya hizo una ampliación de cinco, más adelante un tal ‘Rojita’ le pidió a mi padre un timple que llegara al ‘la’, y se lo hicimos”, cuenta, añadiendo que él llego a hacer uno con dieciocho trastes, “y aún se le pueden poner más”.
En todos estos años, el proceso de elaboración de timples no ha cambiado nada en absoluto. “Lo mismo que hacía mi padre lo sigo haciendo yo ahora, la técnica no ha cambiado, sólo que ahora hay menos gente que se dedica a esto”.
Juanele es uno de los que han permanecido al pie del cañón, haciendo lo que mejor sabe hacer: tallar los instrumentos de cuerda más canarios que existen, los timples.