Viernes, 05 Diciembre 2025
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  • Lancelot Digital

 

 

Una vez más, desde Madrid deciden y desde Canarias pagamos. Esta vez, el precio asciende a 2.500 millones de euros menos para las Islas, en favor de la llamada "financiación singular" para Cataluña. Una vez más, las promesas del Estado hacia este Archipiélago se diluyen en la marea de la política peninsular, y quienes vivimos en islas como Lanzarote volvemos a quedar en el vagón de cola, pagando el precio de ser lejanos, insulares y, sobre todo, olvidados.

 

Aquí, donde el agua sigue siendo un lujo, donde las carreteras acumulan años de retraso, donde la vivienda se ha convertido en una emergencia social y donde seguimos esperando por inversiones comprometidas que nunca llegan, esa "singularidad" catalana que tanto se defiende desde Moncloa suena como una burla. Porque si de singularidades hablamos, ¿acaso no lo somos también nosotros? ¿No cuenta la insularidad, la doble insularidad, la ultraperiferia, o nuestra dependencia casi total del exterior como factores diferenciadores que exigen atención, respeto y justicia?

 

En Lanzarote estamos ya demasiado acostumbrados a ver cómo las inversiones estatales para nuestras infraestructuras llegan tarde, mal o nunca. Las obras de saneamiento y depuración se eternizan, el problema del agua sigue sin solución y nuestros servicios públicos colapsan mientras nadie en Madrid parece mirar hacia aquí con seriedad. Y ahora nos dicen que, además, cada canario perderá más de mil euros al año para que Cataluña tenga un trato "singular".

 

Aquí no hablamos de privilegios. Hablamos de necesidades básicas. No pedimos más que nadie; exigimos lo mínimo que merecemos.

 

Resulta especialmente doloroso que esta cesión venga firmada por un ministro canario, que además fue presidente del Gobierno de Canarias. Ángel Víctor Torres, al avalar este recorte, no solo traiciona a su tierra, sino que se convierte en cómplice de una injusticia estructural que condena a Canarias —y especialmente a islas como Lanzarote— a seguir siendo territorio de segunda.

 

Pero no nos engañemos. Mientras en Canarias sigamos limitándonos a protestar de vez en cuando, sin capacidad real de presión en Madrid, nada cambiará. La lección es clara: los territorios que tienen peso político en el Congreso —como Cataluña o el País Vasco— logran resultados. Nosotros, mientras tanto, seguimos lamiéndonos las heridas.

 

Si queremos que Canarias y Lanzarote ocupen el lugar que merecen, necesitamos más que indignación: necesitamos influencia. Y esa solo se gana con representación fuerte, cohesionada y de partidos sin complejos y de obediencia canaria en las Cortes Generales.

 

 


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