Viernes, 05 Diciembre 2025
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carretera LZ5

  • Lancelot Digital

 

La herencia política suele ser incómoda, pero lo que el anterior gobierno socialista dejó sobre la mesa del actual presidente del Cabildo de Lanzarote, Oswaldo Betancort, es directamente un cadáver político sin enterrar. Y no hablamos —aunque también podría hacerse— del desastre del ciclo integral del agua, agravado durante el mandato de Dolores Corujo. Nos referimos a la famosa LZ-5, la nueva carretera de circunvalación entre Argana y el aeropuerto César Manrique, convertida hoy en una bomba de relojería institucional.

El Gobierno de Canarias presidido por Ángel Víctor Torres, con el socialista Sebastián Franquis al frente de Obras Públicas, convenció a Dolores Corujo para abandonar su anterior apuesta por el soterramiento de la LZ-2 (Arrecife–Aeropuerto) y sustituirla por la construcción de una nueva carretera. Un giro de 180 grados que nadie en el PSOE de Lanzarote supo explicar, empezando por su propia líder y terminando por su entorno ideológico habitual, la Fundación César Manrique, que guardó un silencio tan sorprendente como oportuno.

Durante años, los socialistas repitieron como un mantra su oposición a consumir nuevo territorio con más carreteras. Ese argumento, que pretendía disfrazar de ecologismo lo que era simple discurso político, se esfumó de un día para otro. Con una facilidad asombrosa, se archivó cualquier compromiso previo y se respaldó la construcción de la LZ-5, a pesar de su enorme impacto territorial.

Y no solo se apoyó: se pagó. Nada menos que 1,6 millones de euros se destinaron a redactar el proyecto básico de la LZ-5, ya entregado recientemente al actual Gobierno de Canarias. ¿Y el estudio serio de alternativas que prometieron? Brilló por su ausencia. ¿Y el soterramiento de la LZ-2? Descartado en apenas cuatro folios, como si el principal eje viario de Lanzarote se resolviera por decreto político y no con rigor técnico.

Hoy Coalición Canaria en la isla se encuentra atrapada entre dos fuegos. Si acepta sin más la LZ-5, corre el riesgo de defraudar a buena parte de su electorado, al que prometió estudiar alternativas y priorizar el soterramiento. Pero si rechaza el proyecto, tendría que explicar por qué se tira a la basura más de un millón y medio de euros y cómo piensa resolver el colapso de la vía más transitada de Lanzarote, por donde circulan más de 80.000 vehículos al día.

La parálisis no es una opción. Lanzarote no puede seguir eternamente enredada entre discursos ideológicos y decisiones inconclusas mientras sufre atascos diarios, pérdida de competitividad económica y tiempos de desplazamiento impropios de una isla moderna. Hay que decidir. Y decidir ya.

Si la opción técnicamente más viable hoy es la LZ-5, habrá que asumirla. Pero con condiciones: corrigiendo impactos innecesarios, minimizando el consumo territorial y garantizando una integración paisajística seria. Eso exige liderazgo político, valentía y sentido de la responsabilidad. Lo que no puede permitirse es prolongar esta agonía institucional mientras el cadáver de la incoherencia —el que dejó Dolores Corujo— sigue pudriéndose sobre la mesa del futuro de Lanzarote.


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