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El turismo, por suerte, se mantiene ajeno a la crispación española

 

Decenas de turistas disfrutan de este verano idílico que reina en Lanzarote lejos de todo ruido 

 

  • Lancelot
  • Cedida
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    Éstas es la estampa que reinaba en la tarde de hoy en una zona del litoral de Puerto del Carmen. Gente disfrutando de los encantos de Lanzarote en un otoño que se ha vestido de verano para ofrecernos la mejor versión de la isla.

     

    Todas estas personas que ven en el vídeo que encabeza la pieza seguramente permanezcan ajenas a la polémica que se ha generado el 20-0, con la celebración de dos manifestaciones que podrían encasillarse, una a favor y otra en contra del turismo. Esa es la realidad. Sin embargo, lo que nos deberíamos plantear como isla es qué queremos y si nos conviene ser arrastrados por la polarización que existe hoy en día en nuestro país. Porque tras esas movilizaciones no ha quedado claro qué se planteaba ni qué queremos mejorar. 

     

    La sociedad española se ha radicalizado y no existen los tonos grises. Todo o nada. Eso es lo que nos han presentado y la trampa en la que hemos caído.

     

    Medio país culpa al otro medio de los males que ocurren y viceversa. No existe diálogo ni debate. Mucho menos la búsqueda de soluciones con una oposición responsable y un gobierno decente. Da la sensación de que la clase política vive cómoda en esta crispación social que lo cierto es que no nos permite avanzar. Desde la enajenación y el enfrentamiento no es posible mirar al futuro. De hecho es una utopía pensar que así solucionaremos los retos del mañana. Las crisis habitacional, migratoria, económica continúan acrecentándose y la brecha social es aún más grande. 

     

    La falta de arrestos para asumir los problemas del presente imposibilitan el camino. Entremedias, los unos culpan a los otros y los otros a los unos en un ciclo sin fin que no les perjudica. ¿Saben quién es el damnificado? Usted. El ciudadano medio; aquel que está librando batallas que no va a ganar y que será sacrificado el primero como cuando Kaspárov se deshacía de un peón sin ningún tipo de remordimientos. 

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