Domingo, 14 Diciembre 2025
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Mar Arias Couce

 

Escuche aquí el audio leída por su autora.  

 

 

¿Es posible entrar en un cuadro? ¿Atravesar un espejo? ¿Pasar al otro lado? Ella lo hizo. No sabía muy bien cómo, pero había ocurrido.

 

Aquella noche, cuando se fue a dormir, se quedó unos segundos admirando el precioso cuadro que tenía frente a su cama, en tonos verdes. Mostraba a una niña cayendo por el tronco de un árbol, introduciéndose en otro mundo, pero llevando consigo todo lo que encontró a su paso. Alicia era su cuento favorito y aquel cuadro era un regalo muy especial de una gran pintora que conocía. Le encantaba mirarlo. De alguna manera, le daba paz.

 

Esa madrugada escuchó un ruido y al incorporarse, medio dormida en la cama, vio que el cuadro se había caído al suelo. No le dio mayor importancia. Lo enderezó, se dio la vuelta y siguió durmiendo. “Mañana coloco bien la alcayata”, se dijo.

 

El resto de su sueño (¿sueño?) continuó confuso, con una sensación de nerviosismo en el estómago y un cierto cosquilleo, como de atracción de feria. La oscuridad que lo ocupaba todo, de alguna manera, estaba en movimiento. O tal vez era ella la que caía hacia algún lugar desconocido.

 

Cuando por fin tocó el suelo, frente a ella solo había espejos. Una habitación, o más bien un cuadrado perfecto, con espejos en cada una de sus caras. Pero no se reflejaba en ellos. En algunas de las paredes podía ver su cuadro apoyado en la pared, en otras a ella misma durmiendo plácidamente en su cama. “Estoy en el medio exacto entre esos dos puntos”, pensó, sin saber muy bien cómo tal cosa podía ser posible.

 

Hizo ademán de atravesar el espejo con la intención de despertarse y salir de aquel extraño sueño, si es que lo era. Pero no pudo. Las paredes que mostraban su imagen durmiendo eran impenetrables. Lo mismo ocurrió cuando trató de enderezar el cuadro. No podía salir del interior del espejo. Tampoco podía subir por el hueco del árbol, por donde suponía que había caído.

 

Estaba atrapada en el interior de un cuadro que a su vez estaba dentro de un espejo. Y se sentía pequeña, diminuta e impotente.

 

No tenía, además, nada que comer, ni que beber, para resolver el conflicto. No había conejos blancos con reloj, ni gatos con sonrisa estridente. Estaba claro que aquello no era cuento, sino una pesadilla.

 

Se sentó sobre el suelo de espejo y entonces, solo entonces, vio su reflejo real multiplicado por cientos. Algunas de aquellas imágenes sonreían, otras lloraban, algunas leían, cocinaban, hacían ejercicio, trabajaban… eran todos sus “yoes”, actuando de manera normal en un universo imposible.

 

Angustiada comenzó a llorar, y de inmediato, sus lágrimas formaron una cascada infinita que no dejaba de brotar. El cubo de espejos comenzó a llenarse y todos sus “Yoes”, de inmediato se vieron obligados a chapotear en una insólita piscina que no dejaba de llenarse.

 

-“Me voy a ahogar”, sollozó, empapada. “No puedo respirar. No puedo respirar…”.

 

 

 

-Pero, ¿qué te pasa? Estás empapada, que manera de sudar…

Su pareja la miraba desde el otro lado de la cama.

-No dejabas de moverte y de pegar patadas. ¿Has tenido una pesadilla?

Con el susto todavía en el cuerpo, contestó más calmada.

-Sí ha debido ser eso.

-Pues arriba, dormilona, que llegarás tarde al trabajo.

Se sentó en la cama, respirando con tranquilidad.

Al mirar hacia el suelo en busca de sus zapatillas, vio un espejo roto en mil pedazos. En la pared, apoyado seguía el cuadro de Alicia. Y lo entendió todo.

-“Tuve que romperlo para salir”, murmuró.

-Por cierto – dijo él- Ha debido romperse una tubería o algo porque está la casa llena de agua. Habrá que llamar al fontanero.

 

 

 


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