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CORREO DE LECTORES. El valor de la amistad

Cuando entró en el atrio de la catedral, sabía que allí yacían los despojos de aquel a quien había querido más en su vida: Enrique II Plantagenet, el monarca todopoderoso, señor de un enorme territorio extendido por las orillas del canal de la Mancha, lloró como un ser indefenso, de pena ante el túmulo sepulcral de Thomas Becket; fue flagelado hasta la extenuación para redimirse del mal que había ocasionado a su amigo más íntimo, quizá el único.
Enrique no midió su soberbia cuando ,después de otorgarle el arzobispado de Canterbury a aquel hombre culto y refinado, ora cortesano, ora asceta piadoso, Thomas se rebeló y reprendió al monarca cuando se inmiscuyó en asuntos eclesiales: Enrique zanjó la cuestión imponiéndole las Constituciones de Clarendón, a lo que Thomas respondió anatematizando y excomulgando al su otrora amigo; no se podía cuestionar la divinidad de la corona. Pero Beckett no cejó en el empeño y regresó a Gran Bretaña desde Francia, refugiándose en la sede de Cantérbury. El rey se enfureció tanto que cometió una tremenda imprudencia: criticar a su amigo delante de cortesanos, que desafectos de toda lealtad, abordaron al clérigo en el atrio de la iglesia, conminándole a que revocara la excomunión de Enrique; Thomas les hizo frente a los que le asesinaron, mutilaron y encendieron el remordimiento en Enrique, que ya no pudo dar marcha atrás: había perdido a un gran amigo al que amaba.
Jeane-Antoinette Poisson, marquesa de Pompadour, fue invitada en 1745 a un baile de máscaras en la corte del rey Luis XV, que se enamoró perdídamente de ella y la colmó de todo tipo de parabienes, convirtiéndose ambos en amantes, amigos y confidentes, todo con la connivencia de la esposa “oficial” del monarca.
Fue una mujer culta y exquisita, que protegió a los escritores y a las artes, y que murió a los 42 años en Versalles, donde vivió durante veinte años, y desde el lugar del que salió su ataúd y el cortejo fúnebre presidido por el Rey, que acertó a decir, como últimas palabras de afecto:”La marquesa no tendrá buen tiempo para su viaje”.
Había nacido en el seno de una familia humilde y era de una belleza esplendorosa: Enma Hamilton conoció a Horacio Nelson en 1793,cuando éste acudió Nápoles a solicitar al embajador británico en la ciudad, Sir William Hamilton refuerzos contra los franceses. Pero su amor se enciende en 1798 ,después de que Nelson regresó
de la batalla del Nilo, envejecido y enfermo; Enma cuidó del herido y celebró una gran fiesta en honor a su cuadragésimo cumpleaños: había surgido un amor mutuo lleno de admiración y tolerado por sus allegados y por Sir William. El almirante abandonó a su mujer, Fanny Nelson para volcarse en este apasionado romance con su amiga Lady Enma Hamilton.
Horacio Nelson regresó al mar, dejando a Enma embarazada de su segundo hija, que murió en 1804, un año antes que el Almirante.
Tras la muerte de Nelson, Enma contrajo deudas que agotaron su patrimonio, y fue abandonada a su suerte por la hipócrita sociedad inglesa que poco tiempo atrás la había elevado al Olimpo, cual Circe, lo que ocasionó que fuera encarcelada durante un año antes de trasladarse a Francia para escapar de sus acreedores. Murió depauperada en 1815 y de su amor con el héroe de Trafalgar sólo quedó la leyenda.
George Sand fue estigmatizada en vida por defender los derechos de las oprimidas mujeres de la época y se la calificó sin reparos, de “hombruna”, cuando solo fue una adelantada a su época, y defendió la amistad verdadera con su inteligencia y con mucha dificultad: ser libre le costó caro, pero seguramente fue feliz porque probó las mieles del verdadero amor. Finalmente, aunque algunos la injuriaron, prevaleció a través de los años su inmensa bondad y su sentido de la igualdad entre hombres y mujeres.
Nosotros, herederos de este legado de historias de amor y amistad, no hemos aprendido que solo cuando perdemos a quien nos llena el alma, dejamos atrás lo mas ingente que posee el ser humano; vivimos, en pleno siglo XXI en una sociedad repleta de convencionalismos e hipocresía que creíamos olvidada en el lecho mortuorio de Enrique Plantágenet, pero que nos persigue y nos vampiriza hasta privarnos de la primigenia esencia del ser humano. No somos capaces de amar más allá de lo establecido, privando a la amistad de su compañero de viaje mas preciado: el amor.
Por eso reivindico aquellos amores que enaltecen a la persona, añoro a las Enma Hamilton, Pompadour, George Sand y a los Thomas Beckett que me hacen, aún hoy en día, y a pesar de mi escepticismo latente, creer en una sociedad libre de mordazas.
Reivindico la búsqueda constante de aquello que nunca debimos perder, erijo pasquines de amor por todas las esquinas de mi vida, proclamo soflamas de libertad en los más recónditos rincones de los corazones y grito al violento Aguilón, al amable Céfiro, al indeciso Notos y al resplandeciente Euros, que tengo sed de amor de verdad.
“Te amo para amarte y no para ser amado,puesto que nada me place tanto como verte a ti feliz”.

Ana Calleja Blancas

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