Domingo, 14 Diciembre 2025
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Por Guillermo Uruñuela

 

  • Lancelot Digital
  • Cedida

 

El Orientación Marítima ascendió el domingo sobreponiéndose una vez a más a las adversidades. No ha sido sencillo, en general el curso, pero no me meteré a valorar los entresijos de la temporada porque para eso existen páginas deportivas que lo harán con más acierto. Hoy quiero centrarme en él; en Gustavo.

 

Nada más concluir el partido, Domingo Travieso le preguntó a pie de campo qué significaba aquel ascenso. El que fuera una de las grandes promesas futbolísticas de la isla y que se sitúa en el top cinco de jugadores más destacados de la historia de esta pequeña porción de tierra comentó que estaba viviendo uno de los días más felices de su vida deportiva. Piénsenlo un momento. Este tipo ha sido profesional, ha estado en lo más alto, ha ganado dinero y ha saboreado la dulzura de un éxito que pocos podrían llegar a comprender. Pues con todo eso; ayer, en un ascenso de la categoría más baja del fútbol insular, sentía más felicidad que con ningún otro logro.

 

Eso me hizo recapacitar porque no es tontería. Estuve dándole vueltas a la cabeza y sin tener que realizar un gran esfuerzo pronto lo comprendí. Lo sentí.

 

Cuando eres joven todo siempre es poco. Siempre esperas un contrato mejor; una temporada que te catapulte, un salto de categoría… todo está por llegar. A medida que pasan los años, como futbolista lo ves al revés. Cada domingo en el verde es un domingo menos y puede que sea el último.

 

No soy entrenador pero algo igual debe suceder. El fútbol tiene atributos vitales intrínsecos que te hacen ver, año a año, que el presente es lo que cuenta. No lo que vendrá o lo que ya ha sucedido. El presente. Y la gente que se mantiene en este presente sin decaer sólo puede ser a base de una fuerza: La pasión.

 

Un jugador cuando se retira nunca tira sus botas. Las guarda en algún cajón porque aunque sepa que ya se ha terminado, siempre pueden aparecer 10 minutos, el día menos esperado para volver a calzárselas. Y en ese regreso sufres y festejas como nunca. Da igual el contexto.

 

Este que les escribe sólo ha llorado una vez sobre un campo de fútbol. En mi último partido, tras un error garrafal que condenó al equipo en la eliminatoria contra el CD Tite. No me jugaba nada. No ganaba dinero. La categoría era la que era. No había primas en juego. Nada. Y lloré. Porque era mi presente.

 

Por eso, sin saber lo que siente un míster me creo las palabras de Tavo. Porque es su presente y porque pocas cosas unen más que un vestuario. “Los quiero a estos chicos, los quiero de verdad”, dijo. Y también sé que es así. ¿Saben por qué? Porque no hay nada que genere más unión entre dos hombres que ducharse desnudos, vulnerables, mirándose en silencio después de una derrota y nada que genere más alegría que mirar a ese mismo tipo, diez meses después, abrazarle aún desnudo y sin decirle nada, mirarle a los ojos y sentir que lo han conseguido.

 

Guillermo Uruñuela, periodista 


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