El cortijo de Manguia

Detrás de un impresionante paraje sobrevive oculta una parte de la historia de Lanzarote
Entre Teguise y Los Valles aparece uno de esos rincones fascinantes, con los restos de un cortijo de muros grandes, robustos, hechos de piedra, barro y de pelo de camello. Y cerca de esta construcción rojiza y ahora frágil, a unos pasos, escondida, la mareta de Las Mares. Detrás de este paraje sobrevive oculta una parte de la historia de Lanzarote.
Sólo hay que detenerse en un recodo del camino, entre Teguise y Los Valles. Hay que mirar y ver: al fondo justo detrás de una montaña alargada, de tez rojiza, rodeada de palmeras altas, y un campo abierto aparece en ruinas el cortijo de Manguia, no de Manguía, que se enfada Agustín Pallarés, allí donde esté.

Sorprende los muros de esa casona en ruinas. Muros grandes, robustos, hechos con los elementos que existían en la isla: piedra, barro y pelo de animal, sobre todo de camello.
El entorno enamora. Frondoso, mágico, solitario. Visto de cerca da la impresión de estar en un lugar distinto, ajeno. Tal vez no pertenece a este Lanzarote. Pero sí es el Lanzarote de otro tiempo, de la memoria.
Las palmeras que indican el camino se mecen en un día de viento. Ya se sabe que el viento habla. Quizás no lo entendamos. Pero habla y gime. Habrá que ponerse a escuchar.

Desde el Archivo Histórico y la Biblioteca de Teguise se ha seguido el rastro de este paraje. Un cortijo que nace junto a un barranco que abastecía a dos maretas esenciales en la historia del municipio y de la isla: la mareta de Arnillas y la mareta de Las Mares.
Cuenta el cronista de Teguise, Francisco Hernández Delgado, que desde el área de Patrimonio del Cabildo se han organizado varias excursiones con técnicos especializados para tratar de informar a grupos de alumnos sobre la importancia de este valle. También recuerda Hernández que en el cortijo trabajó con apenas 18 años uno de los artesanos más reconocidos de Haría, Eulogio Concepción Perdomo, que lleva toda la vida dedicado a crear todo tipo de cestas con las varas de las hojas de palmera, el pírgano, un elemento fundamental con el que este artesano completa una amplia muestra de la genialidad de un hombre apasionado de su trabajo.

Las maretas de Teguise
Adentrarse en este paraje es casi como descubrir una inesperada máquina del tiempo. Caminar por un entorno envolvente, un valle adormecido que se acomoda entre una montaña, un barranco y la vehemencia de unas palmeras que marcan el camino. Y una vez allí, delante de los restos en ruinas llegan las sorpresas. El patio de la casa mantiene el piso de piedras, lajas bien delineadas, puestas a conciencia, y en otras estancias se distinguen aún los cantos rojos procedentes de la cantera de Tinamala. Las ventanas de madera, y esa forma en ‘L’ de la construcción con el interior mirando al sur para evitar la fuerza de los alisios. Una demostración palpable, diáfana, de la manera en la que antes, entre finales del XVIII y comienzos del XIX se trabajaba en una isla pobre, con escasos materiales, pero que demuestran la inteligencia de unas generaciones que sabían cómo aprovechar lo que había en el entorno.
El arqueólogo Jesús Cáceres Rodríguez forma parte de un equipo de expertos empeñados en recuperar una de las joyas de la historia del agua de la isla: las maretas de Arnillas y la mareta de las Mares.
Reconoce Cáceres que, si en algún momento se logra devolver a este paraje este tesoro escondido, recuperar estas maretas, con esa agua en tonos azules, como el cielo, de esta forma bautizaron los campesinos a este manantial, que se formaba con la lluvia que corría por el barranco: “imagínate ese espectáculo. Podría servir para darle un uso agrícola, o para que bebieran las hubaras, sería magnífico devolver a la realidad unas maretas que ahora están bajo tierra”.
El trabajo de estos especialistas, que cuentan con el aval científico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y del Área de Patrimonio del Gobierno de Canarias, no ha terminado. De momento, ya saben dónde se encuentran estas construcciones valiosas que sirvieron para dar de beber a personas y animales. Mirar atrás supone ver la inteligencia de una población que hacía posible lo inimaginable. Así existían maretas blancas y negras. Las blancas ofrecían, recogían el agua más pura, y con ellas se daba de beber a la población, las maretas negras, agua más oscura, más usada, era para los animales.
Cerca del caserío de Manguia se realizó con posterioridad otra construcción, que puede verse con más facilidad cerca de la carretera. Ambas edificaciones siguen manteniendo la magia, a pesar del tiempo. Una vez más será preciso detenerse y mirar. Y soñar con que el espectáculo de la mareta de Arnillas y la mareta de Las Mares resurja con esa agua azul como el cielo.