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El museo marinero oculto tras el portón de un garaje

 

 

El barrio arrecifeño de Morro Angelito guarece el tesoro de un particular que explica la historia marinera de una capital sumida en su desmemoria

 

  • Lancelot Digital
  • Jesús Betancort
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    Conocí a Juan Pablo Díaz González en la nocturnidad de la Marina de Arrecife de la mano de una amiga que le saludó en el momento en el que enfilábamos la huida del mundanal ruido. Parloteando, tomamos el mismo rumbo dirección al solar de Ginory, pero a la altura de la rotonda de la Rocar ya me estaba hablando del proyecto que inició su padre en solitario y al que ahora se han sumado más de  2 millares de seguidores en Facebook a través del perfil “Historia Marinera de Lanzarote”.

     

     

    Juan Pablo hablaba rápido consciente de que podía tener poco tiempo para exponer ante una periodista su legado más intangible como si sus palabras fueran el sedal del anzuelo, improvisadamente lanzado, que no se sabe  si va a encontrar fondo rocoso demasiado pronto. “Esto merece ser contado”, dijo a modo de carnaza, parando sus pasos y abriendo sus brazos hacia Puerto Naos. “No es justo lo que se hace con el Arrecife marinero que estamos perdiendo” añadió a su discurso entusiasta.

     

    La casualidad hizo acto de presencia cuando nos subimos al coche de mi amiga y ésta preguntó que dónde nos dejaba y ambos dijimos calles vinculadas al barrio arrecifeño de Morro Angelito. ¡Éramos vecinos!

     

     

    Su apellido y su historia vital (su abuelo Ángel Díaz era propietario de esos solares) estaban afectivamente vinculados al barrio de marineros en el que recalé hace más de una década, pero del que desconocía muchos matices que Juan Pablo se encargó de descubrirme. El primero, abriéndome el portón verde de un garaje que esconde una joya emocional y etnográfica incalculable.

     

    Creo que me salió un “¡Joder!” (muy vasco) al ver aquellos liniales de fotografías (unas 500) y aperos de pesca perfectamente clasificados, ordenados y dispuestos en un espacio con olor a humedad e iluminación pobre. “¿Qué hace esta maravilla aquí escondida?, me preguntaba, mientras  avanzábamos entre la historia marinera olvidada por el grueso de la población conejera. 

     

     

    No sé si pueden imaginarse 25 años de recopilación de documentación y material de todo tipo  (chalanas, aparejos, piezas de barco, bollas, emisoras, maquetas etc) conservado en un espacio  en el que cabría una guagua. Sólo en una ocasión, y trasladándonos a los años 90, ese material fue expuesto en la Sociedad Torrelavega con más de 12.000 visitas, según cuenta Juan Pablo, demostrando con esa cifra que el tema interesa a la ciudadanía, y lamentando que sea tan despreciado por las autoridades.

     

    Al entrar a mano izquierda se encuentran las cuatro fotografías que sirvieron de punto de partida. Se ve a la emblemática embarcación del “Bella Lucía” , una embarcación del abuelo de Juan Pablo, otra de Rodolfo Alonso Alberti, dos embarcaciones más de Francisco Toledo (apellido apegado al mar como las lapas al rocoso litoral conejero). Pero lo verdaderamente trascendental es descubrir que la madeja de la memoria que  fue deshaciendo Ángel Díaz no sólo tiene vinculaciones marineras, sino que nos lleva a descubrir otros muchos aspectos sociales y culturales del modo de vivir y de pensar de quienes habitaron Arrecife. Es más, si se conociera esa historia no se hablaría alegremente del carnaval porteño como algo autóctono, sino del carnaval costero., ni se confundiría el muelle de la cebolla de antaño con el que ahora se nombra por efecto mediático.

     

     

    Luis Moreno, administrador del perfil de Facebook “Historia Marinera de Lanzarote” (hijo de peninsulares que llegaron a la isla cuando era uno de los referentes nacionales del sector pesquero) ha buceado en archivos varios (relacionados con la historia de las embarcaciones, las conserveras o la vida profesional de Puero Naos) descubriendo datos sociológicos sobre el perfil socioeconómico de la mujer conejera de mediados del siglo XIX que ayudan a entender la estructura del matriarcado de la sociedad insular.

     

     

    Pero además, en este espacio ensalitrado por los recuerdos hay una excelente oportunidad para comprender la precariedad y la dureza en la que trabajaba el marinero (con un salario de 337 pesetas que se fraccionaban en los 9 meses que se embarcaban y con un anticipo de 60 con las que tenía que malvivir familias de 6 u 8 hijos).

     

     

    Juan Pablo recupera para la conversación a uno de sus tíos para explicar cómo los menores de 14 años  tenían prohibido embarcar y cómo logró (escondido en un saco) salir rumbo al caladero sahariano. “Allí no se le trató como a un niño, porque trabajó las mismas horas y al mismo ritmo que los demás”, explica Juan Pablo, refiriéndose a las jornadas de 14 y 15 horas que pasaban faenando  y al rato libre (en la noche) en la que seguían pescando para poder enviar a sus familiar el “carapontal” ( un material muy valioso que consistía en hacerse con las capturas que el barco que les contrataba desechaba para el comercio).

     

     

    Este museo oculto en un garaje de un barrio humilde, que no está en la estadística de voto para muchos gobernantes como puede ocurrir con Titerroy o Valterra (mucho más populosos y populares), es también un ejemplo de supervivencia y creatividad conejera, por ejemplo, cuando se utilizaba una embarcación base (un balandro con un palo) y con el tiempo y el dinero reunido por varios marineros, llegaba a convertirse en un nevero que permitiera el cambio de capturas de la corvina a la sardina (mucho más demandada por el mercado nacional).

     

     

    Son muchas las historias personales que se pierden tras ese portón de garaje, muchas las expresiones autóctonas, las mañas para hablar en clave a través de la emisora y pedir una remesa de ron sin que se enterara la familia en tierra, muchas las imágenes que muestran curiosidades como que antaño los barcos fondeaban frente al Ayuntamiento, que en el Charco de San Ginés  había un astillero o que bajo el relleno que dio lugar a Puerto Naos hay muchos barcos hundidos, porque esa zona era una cementerio de embarcaciones en desuso. En fin, me uno a la desazón e impotencia de la familia Díaz que ha presentado proyectos para un Museo del Mar, que tiene lo más difícil, la recopilación de años y años de testimonio oral y documental para darle color marinero a una ciudad tan falta de identidad propia.

     

     

     

    Nota de autor: Narro este reportaje en primera persona, porque refleja la vida costumbrista de quienes siguen realmente luchando por la esencia de Lanzarote, más allá de las miserias políticas que nos rodean. ¡Ojalá sumemos más portones verdes a la ínsula!

     

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