Hank, unos ojos para Andrés

Pegado al bordillo, evitando los coches y cualquier peligro a su dueño, Hank sabe muy bien lo que tiene que hacer para que su propietario Andrés Cabrera, invidente desde hace más de tres décadas, llegue a su finca de Teseguite y pueda realizar sus tareas diarias. Ha sido entrenado para eso, y como buen perro guía cumple con sus obligaciones diarias. La familia lo ha acogido como un miembro más. No en vano, se ha convertido en los nuevos ojos de Andrés.
Por: M.A.C.
Fotos: Kepa Herrero.
Cuando perdió la vista en un fatal accidente de coche hace más de treinta años, Andrés Cabrera se acostumbró a valerse por si mismo, con la única ayuda de su mujer y de un bastón. “Aquí no había muchas opciones, así que tuve que aprender por mi cuenta”, explica. “Fueron años muy duros”.
Por aquel entonces, Andrés apenas llevaba un par de años casado, y tenía una hija de tan sólo dos años y otro bebé venía en camino. “Nadie piensa que le puede suceder algo así, es imposible estar preparado para afrontarlo”, asegura. “Yo estaba trabajando, pero después del accidente no entré a trabajar en la ONCE, ya que no me afilié a la organización hasta el año 2000, así que me quedé sólo con una pensión, y dedicado sobre todo a la agricultura. Mi mujer plantaba, yo cogía y pelaba las cebollas. Fui poco a poco aprendiendo a manejar las manos sin verlas”, señala. “En aquellos años yo sólo podía pensar que tenía dos niñas muy pequeñas y quería trabajar para sacarlas adelante, y que pudieran estudiar y valerse por si mismas”.
Andrés asegura que en Lanzarote la actividad de la ONCE es muy escasa, no como ocurre en Gran Canaria o en Tenerife que se organizan constantemente cursos y talleres muy interesantes. Sin embargo, él sabía que la organización era la única que podría facilitarle un perro guía, una opción que acariciaba desde hace tiempo. “El psicólogo de la ONCE en Las Palmas fue el que me aconsejó que solicitara un perro guía y yo, en principio, no estaba demasiado interesado, pero lo solicité porque sabía que se tardaba mucho en conceder y cuando me lo dieron”, señala, explicando que el perro que le otorgaron no iba a ser para él pero al final su destinatario original tuvo que renunciar a él por prescripción médica, y se lo concedieron a él. “Me lo dijeron de un día para otro y tuve que viajar a Madrid sobre la marcha para realizar un curso durante quince días”.
Durante esos quince días, Andrés aprendió muchas cosas nuevas. “Yo, sin ir más lejos, nunca había pisado la vía pública sólo, siempre iba con mi mujer, o mis hijas del brazo y a Madrid tuve que ir sólo. En el mismo aeropuerto me esperaba el instructor”, recuerda. “Me llevó a la escuela, y al día siguiente me entregó al perro. Nos llevaron a una cafetería a Atocha, cuatro personas con sus cuatro perros, con la intención de irnos dejando solos con los animales. Cuando me dijeron a mí, en pleno corazón de Madrid, que me pusiera a caminar sólo con el perro… ¡no sabía ni que hacer, ni que decir!”, asegura, explicando que lo primero que le dijeron fue que el bastón lo guardara en la maleta. Sin embargo, enseguida pensó que si le iban a dejar sólo con el animal, de cerca le seguiría un instructor para comprobar cómo lo hacía. No se equivocaba. “Estuve quince días aprendiendo a entenderme con mi perro, con Hank, aprendiendo a subir y bajar escaleras, bajar al metro, subir a la guagua, cruzar las calles, toda una serie de cosas que nunca pensé que volviera a hacer solo”, afirma.
Finalizado el curso, el instructor viajó a los 2 ó 3 días a Lanzarote para ir adaptando al animal a su nuevo espacio. “Estos animales están más acostumbrados a moverse por Madrid que por medio del campo lanzaroteño y también ellos necesitan su periodo de adaptación a un nuevo escenario”, señala. “Es un trabajo conjunto, porque yo soy el que tiene que darle al perro las órdenes correctas y con las palabras exactas. Si me pierdo yo, se pierde él”.
Hank se ha adaptado perfectamente a toda la familia. “Son animales muy sociales que se acostumbran rápidamente a todo”, señala. También a los mimos, ya que a pesar de que las normas con este tipo de perros son muy estrictas y no pueden comer a deshoras ni alimentos inadecuados, no por eso su familia deja de lavarlo con champú Jhonssons de niños que le deja el pelo negro reluciente y de proporcionarle huesecitos especiales para evitar el mal aliento. “Tampoco se le puede hablar ni distraer cuando está guiándome porque se despista”.
La pareja narra sonriendo que cuando llegó a casa, sus nietos lo volvieron loco. “El pobre Hank estaba muy desorientado con tanto niño dándole besos y mimos”, asegura.
Trabajo diario
Cada día Andrés sale de su casa en Teseguite temprano, después de desayunar, camino de la finca, con la única compañía de Hank. El recorrido, que casi siempre es el mismo, lo vuelven a repetir por la tarde. Un kilómetro de ida y otro de vuelta, dos veces al día. No es extraño, que tal y como afirma su mujer, Andrés haya perdido un par de kilos desde que en abril Hank entró a formar parte de la familia.
Andrés camina con paso seguro, pegado siempre a la pared, con la seguridad que le otorga el saber que Hank le indicara si viene un coche o se produce cualquier anormalidad en su recorrido habitual. Son dos amigos paseando, disfrutando del recorrido.
Una vez en la finca, comienza el trabajo, dar de comer a las gallinas y a las cabras, así como ordeñar estas últimas, no en vano en casa se destinan unos 22 litros de leche diarios a la realización de queso. Resultaría imposible notar que Andrés es invidente, dada la destreza con la que se desenvuelve en su terreno. Hank espera tumbado a que su dueño acabe sus tareas, para regresar por el camino de siempre a casa. Todos los que pasean por las calles del pueblo los conocen. Son dos amigos. Uno ha encontrado unos ojos nuevos y el otro, un hogar.