La estremecedora historia de una víctima de la Guerra Civil y la Alemania nazi

Peruyera cuenta desde Lanzarote el horror que vivió
Lancelot
Fotos: Kepa Herrero
“No tuvimos infancia ni juventud: se quedaron con ellas”. Así sintetiza José Manuel García Peruyera la historia de los miles y miles de ‘niños de la guerra’ española, que tuvieron que huir de España tras el alzamiento del general Francisco Franco contra la República y cuyo destino se fue enmarañando dramáticamente, para unos en Rusia y para otros en Francia.
Este último es el caso de este asturiano que, a sus 84 años recién cumplidos este pasado jueves 24 de mayo, es el único prisionero de guerra y niño esclavo de los nazis que queda vivo. Es que, tras huir de la Guerra Civil española y de padecer las penurias de los campos de refugiados franceses, cayó en las garras de la Alemania de Hitler y conoció en carne propia los horrores del exterminio que se puso en marcha no sólo contra los judíos sino también contra ‘enemigos’ políticos y contra todo aquel que “a ellos les diera la gana”, aclara Peruyera.
Tres indemnizaciones de Alemania por trabajo esclavo, un carnet de prisionero de guerra y un número (el 15919) tatuado en el antebrazo izquierdo son sólo algunas de las ‘herencias’ de aquella época que aún conserva el asturiano, a quien Francia todavía le adeuda 24 mil euros (“pero está un poco difícil cobrar, porque los franceses quieren que uno muera para quedarse con todo”, revela) y también tiene que cobrar otros 35 mil euros por una resolución del Parlamento europeo del año 2000 por la que las grandes empresas alemanas y el Banco Central de ese país tuvieron que reunier 10 mil millones de marcos para indemnizar a 135 mil supervivientes.
De todas formas, aun sumando todas esas cifras, para Peruyera “es una miserable cantidad, con todo el dinero que me han dado todavía no merece la pena. Los sufrimientos nuestros fueron muy grandes, fue muy triste lo que nos hicieron”.
La feliz existencia de José Manuel se hizo añicos muy pronto, a los ocho años de edad, cuando estalló la Guerra Civil española. Hasta entonces “vivíamos muy bien” en la calle Foncalada de Oviedo, en el centro de la ciudad. Es que, aunque su padre era un simple minero, “mi madre tenía un teatro de variedades y mi abuelo había venido de Cuba en esa época con mucha plata, como decían ellos”.
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