Lea aquí el discurso del presidente del Cabildo en el acto institucional de Manrique

San Ginés recuerda a Manrique y dice que aún está presente "de mil maneras"
- Lancelot Digital
Sr. Presidente de Canarias
Familia Manrique
Sra. Presidenta del Parlamento de Canarias
Sr. Alcalde de Haría
Dignísimas autoridades
Señoras y señores
Hoy, 24 de abril de 2019, César Manrique Cabrera, cumple 100 años, y digo cumple por que no sería correcto usar el condicional para referirnos a quien, de un modo u otro, sigue entre nosotros, a quien en realidad lo está de mil maneras.
La primera corporación insular ha trabajado y está trabajando para celebrar la vida de un artista universal nacido en Lanzarote y cuyo genio, asociado a la fuerza del Cabildo de Lanzarote, permitió la reinvención de la isla en la segunda mitad del siglo pasado. El “proyecto de Manrique”, que trajo aparejada la llegada de la primera desaladora de agua a Lanzarote, de la mano de los hermanos Rijo y Ginés de la Hoz, o el inicio de las líneas regulares de aviación civil, permitió la apertura de la isla al turismo, un sector económico que sería trascendental para nuestro futuro común. La figura de Manrique es, sin duda, la que mejor permite comprender lo que ha sucedido a lo largo de este siglo «de César» en un territorio frágil, complejo y periférico como el nuestro. El acto de imaginación de Manrique, a propósito de Lanzarote, forma parte, probablemente, de los más rotundos y ambiciosos de cuantos se produjeron en todo el siglo XX en España: la interpretación de un paisaje, la construcción de un deseo y la creación de un relato capaz de situar al volcán y la lava en el centro de los ensueños de muchos ciudadanos de este mundo. Paradójico ensueño tras la aparente pesadilla inicial que supuso el volcán.
Cien años desde el nacimiento de Manrique suponen, de igual modo, cien años en la vida de la sociedad lanzaroteña. Avatares, duro trabajo, reinvenciones: Lanzarote se ha visto obligada a luchar y a esforzarse para salir adelante a lo largo de toda su historia. Porque lo mismo, aquí, sólo se consigue — como bien sabemos— con el doble de esfuerzo. La historia nos enseña cuánto nos hemos visto obligados a trabajar para garantizar la supervivencia y el progreso. El esfuerzo, la inventiva, la voluntad, el duro obrar son los aparejos con los que se ha fabricado la transformación que nos ha traído hasta nuestros días.
Bienes y males han ido acompasándose hasta llegar al presente. Si repasamos los primeros cincuenta años del siglo XX, veremos cómo fueron décadas marcadas por una violencia extrema: la I Guerra Mundial, la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, la dictadura… Ante todo ese caudal de sinrazón, los mecanismos de desarrollo social de una pequeña isla del Atlántico, colapsaron. Más aún, en todo el mundo cercano la oportunidad de evolucionar con naturalidad fue secuestrada.
Aún así, la Isla supo surcar con determinación esos años. Arrecife aportaba su excelente enclave, su economía portuaria, sus dos bahías: Puerto de Naos, con su pequeño muelle, y desde 1920 el muelle grande —hoy huérfano de atraques—, en la bahía de la ciudad. A partir de la década de 1940 las instalaciones de las conserveras, la producción de salazón y el aumento de la flota pesquera, construirán una fuente de economía y una oferta importante de mano de obra. La migración tradicional se reducirá a casi cero en ese periodo. La década de los 50 insistirá en ese caladero: la flota crece y se desarrolla, destacada en la costa continental africana.
A pesar de ello, la vida en Lanzarote transcurre lentamente: la falta de agua vuelve la situación muy precaria e impide, a partir de cierto nivel, el desarrollo de la isla. Hasta los años sesenta la dependencia es altísima. La economía turística inicia un tímido despegue mediante las excursiones de los viajeros que llegaban desde Gran Canaria o Tenerife.
En 1963-64 la convergencia de varias líneas de trabajo puestas en paralelo permite el inicio del milagro que va a llevar a Lanzarote por una vía no pensada con anterioridad. Se inaugura la Cueva de los Verdes —se entra en un espacio mágico— y llega la primera potabilizadora a la isla, que resolvía al fin el problema del agua. Al mismo tiempo, se comienza a andar en los procesos que transformarían nuestra concepción del mundo: aprendimos a amar Lanzarote de una manera singular, o acaso a tomar conciencia de la mano de César de lo que ya amábamos profundamente.
Se inicia un nuevo periodo: la Isla, de la mano del agua y del turismo, entra directamente en la modernidad.
La Cueva de los Verdes, con su excelente iluminación y acompañamiento musical, muestra una nueva visión de la isla, hasta tal punto que se plantea con prontitud intervenir en los distintos espacios que Lanzarote posee y que se perciben, ahora sí, como una atracción sin igual: el sobrecogedor mundo volcánico despierta la belleza plástica de la isla. A ello añadían los atractivos paisajes agrícolas, especialmente los viñedos de La Geria, el clima y las hermosas playas, doradas y negras.
Pero tan importante como “el sueño de Manrique”, fue, en el momento inicial del proyecto, encontrar a otros dispuestos a soñar el mismo sueño y a hacerlo posible de múltiples formas. La importancia del encuentro entre el acto de imaginación de Manrique y la visión del presidente del Cabildo de Lanzarote, José Ramírez Cerdá, explica muy bien el sentido profundo de las confluencias y las trayectorias decisivas. No sólo por el apoyo brindado al artista desde una creencia común, sino porque en paralelo al desarrollo del proyecto creativo de Manrique para la Isla, ésta debía dotarse de las infraestructuras necesarias que permitieran lo que había de venir y eso, y la evolución posterior de Lanzarote, no sería posible sin la plena implicación del Cabildo diseñando una estrategia que habría de ser consustancial a un proyecto que de otro modo habría fracasado.
Manrique, que en esos años se encontraba en Nueva York, es convocado por José Ramírez, presidente del Cabildo —que también cumplió su centenario de vida hace solo 9 días— para diseñar los que luego acabarían siendo los Centros de Arte, Cultura y Turismo. Y ahí están como gran escaparate de consolidación del proyecto en el que desde el principio cuenta con Jesús Soto —que fue quien habilitó la Cueva de los Verdes— y con un excelente grupo de trabajadores liderados por Luis Morales y un potente parque móvil del Cabildo de Lanzarote.
Desde ese momento, Manrique estuvo presente en el desarrollo de todo el proceso de transformación de la isla habilitado por el Cabildo. Fruto de esa colaboración se generan los argumentos que desde entonces unen a los lanzaroteños y su isla con el propósito de salvaguardarla mediante la protección de su naturaleza y su cultura.
La Red de Centros, los CACTs, se convierte así en una especie de santuario que recoge la identidad del territorio y sus pobladores. Estos espacios son una constelación que da forma a nuestro mundo insular y constituyen la obra principal de Cesar en el mundo, obra cuyo único heredero universal es el pueblo de Lanzarote.
Manrique ha sido desde entonces una presencia necesaria y vivísima en la sociedad insular. Respetado y admirado por quienes supieron y han sabido valorar su aportación en el reconocimiento internacional de Lanzarote y en la singularidad de la Isla: un modelo de crecimiento amparado en el principio del respeto a la naturaleza y la cultura.
Cierto es que no todo fue un camino de comprensión y colaboración, y que sostuvo agrios enfrentamientos políticos con quienes no entendieran su mensaje, pero ninguno fue (por imposible, pues hace mas de 26 años que falleció) con quienes hoy tenemos la máxima responsabilidad política, aunque algunos traten en vano de asimilarnos. Como hay que admitir que en la isla —a pesar de los intentos por evitarlo— se han producido algunos errores urbanísticos de difícil contención ante el cambio de escala económica de la isla, la llegada de grandes capitales con afán especulador y la falta de celo institucional local en algunos de los casos, pero todos ellos —sin excepción— también tuvieron lugar mucho antes de alcanzar el honor que hoy tenemos quienes estamos al frente del gobierno insular, aunque algunos insistan en el mismo y vano intento en que parezca otra cosa. No obstante, sostengo y defiendo que Lanzarote sigue siendo una joya salvada por quienes nos precedieron y más que salvable de aquí en adelante.
Manrique pertenece a todos, y de la misma manera que su obra nos identifica y nos insta a elaborar un pensamiento positivo, dialogante y exigente, esta institución, el Cabildo, y sus diferentes dirigentes políticos, han hecho gala de Manrique y su obra en todo lugar y momento, sin excepción.
Ahora, en la celebración del centenario de su nacimiento, desde el Cabildo se le honra y se le homenajea con un extenso programa de actividades que esperamos pueda disfrutar el mayor número de personas de toda condición.
Celebramos legítimamente el centenario de su nacimiento; y lo hacemos desde la firme convicción de estar haciendo lo correcto. Como institución pública sería increíble y deshonroso no celebrarlo. Sería incluso muy criticable no hacerlo. Pero, además, y lo afirmo con rotundidad, no lo hacemos por obligación administrativa o política, sino por el orgullo que nos depara su presencia y su vecindad, y por la importancia de su obra, no sólo para la isla, sino también para cada uno de nosotros como individuos.
Manrique es de todos porque su espíritu y su legado siguen siendo a día de hoy una fuente de inspiración para los habitantes de esta isla que lo vio nacer hace hoy 100 años.
Hoy cumples un siglo de vida, maestro. Felicidades, y eternas gracias allá donde estés.