Sábado, 06 Diciembre 2025
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los costeros punta mujeres

La localidad norteña celebró ayer uno de los actos festivos más humildes y que más definen sus raíces

  • C. Inza

 

Punta Mujeres volvió ayer a repetir una de sus tradiciones veraniegas, dentro de sus fiestas patronales de la Virgen del Pino, con la quema de Los Costeros.

La cita, que se viene repitiendo verano tras verano, prácticamente desde los orígenes de la localidad,  por parte de los primeros vecinos de este pueblo, es uno de los actos con mayor tradición de estas fiestas, como lo demostró ayer la gran presencia de público que se congregó.

Otro año más, los descendientes de Eugenia González Luzardo, volvieron a confeccionar los muñecos, con el mismo cariño con el que lo vino haciendo su antecesora. 

El ritual, de origen humilde, (que evidencia la falta de medios en un tiempo en que la isla era pobre, pero también las ganas del pueblo de divertirse y pasarlo bien) consiste en la elaboración de dos muñecos o “machangos”, un hombre y una mujer (Los Costeros), en tamaño natural, con ropas viejas o en de uso, para ser incinerados de noche, al son de la música de las parrandas, entre vino, pejines, sardinas y jareas.

Ayer, un año más, la tradición volvió a repetirse de la mano de Melita, una de las hijas de Eugenia González Luzardo, quien hizo los muñecos, de nuevo poniendo todo el cariño que ponía siempre su madre, “en unos tiempos en los que lo pasábamos bien con menos cosas”. 

los costeros punta muejres

La propia Melita, recuerda desde niña este sencillo acto festivo en el que unas pocas familias del pueblo se reunían con entusiasmo para celebrar las fiestas del Pino y despedir el verano. 

Ella misma cuenta cómo junto con sus hijos y sobrinos siguen la costumbre, como una promesa hecha a su  madre, y explica que cada año ponerse manos a la obra, supone algo “especial”.

Esta vez, nos revela, (como ejemplo de lo que supone para ella y su familia esta humilde costumbre): la mujer de los Costeros, se ha confeccionado con ropas y complementos del armario de su propia madre, los mismos que ella usaba para ir al baile, y que con tanto cariño y cuidado guardaba. Sus zapatos rojos, con bolso a juego y un vestido de conjunto con todo lo anterior, además de otros abalorios como collares, zarcillos y pulseras…

Un ejemplo más de que el espíritu de su madre sigue vivo y se renueva con esta sencilla tradición, que ayer se repitió entre música de parrandas y un asadero popular hasta la madrugada.


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