Domingo, 14 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

 

Este joven del norte isleño comenzó pintando gorras y grafitis hasta que tomó una aguja para crear obras sobre la piel 

 

  • Guillermo Uruñuela
  • Cedidas

 

Al igual que hace 400 años Diego Velázquez construía un universo paralelo, inmóvil, sobre lienzos, retratando a Felipe IV, el lanzaroteño Mangüé López ha otorgado vida eterna, sobre la piel, a Jack Sparrow, Tony Soprano o al Joker. Pero todo comenzó hace mucho tiempo; con una máquina de tatuar china de 100 euros, comprada a medias con un amigo, y una naranja como primera prueba de fuego.

 

    

 

De familia lanzaroteña, el vínculo más cercano con el arte de este tatuador ha sido el de su madre a la cual recuerda pintando cuadros de manera casual en verano. Siendo estudiante de la ESO, con 15 años, recuerda que no poseía una gran habilidad como sus amigos para practicar deportes y la pintura le generaba una especie de liberación sin saber, en ese entonces, hasta dónde podía llegar. 

 

  

 

Su primer idilio con el arte fue a través de los grafitis y las gorras. Pintaba las viseras y las paredes cuando la economía lo permitía porque los aerosoles eran caros. Para este artista, en ese momento e incluso todavía a día de hoy, ver a algún conocido o amigo con una gorra ilustrada por él era motivo de orgullo. Aún recuerda a "Zinic; un chiquito que venía en verano a pintar a Lanzarote" y "le flipaba". Kant, al cual considera el mejor pintando de la isla, le "hizo 'pum' al principio". 

 

 

Entretanto seguía con sus estudios de forma notable. En su casa siempre le inculcaron la importancia de pasar por la Universidad, y de hecho, años más tarde terminaría en la facultad de Medicina. Pero su pasión la tenía bien definida. No contaba aún con forma pero sí con un fondo suficientemente potente como para mantenerlo en un camino del que muchos otros conocidos se fueron alejando para tomar una ruta más convencional.

 

Mangüé nunca asumió aquello como una forma de ganarse la vida. Lo hacía porque le gustaba. Porque le generaba placer y porque tenía un don que sólo necesitaba trabajarse y darse tiempo. 

 

 

Sin tener conocimiento del mundo del tatuaje y sin pretensiones se compró una máquina. En ese entonces iba a adquirir una tradicional, que era más barata, pero un amigo asturiano le aconsejó que mejor se hiciera con una rotativa. Mangüé no conocía la diferencia entre ambas pero sí se acuerda del consejo que recibió en ese momento: "Fernando Alonso si hubiese empezado con un SEAT Panda, nunca hubiese sido Fernando Alonso".

 

Y así poco a poco comenzó a tatuar. Probó en la cáscara de una naranja antes de marcar la piel de sus amigos. A veces se lo demandaban y él con miedo se metía en ello; con diseños sencillos. Otras veces él mismo lo pedía. A base de constancia fue mejorando e incluso a día de hoy siente que no es suficientemente bueno y que le queda mucho por aprender. Ese es sin duda es el denominador común de todas las personas que consiguen éxito en su campo.

 

Adquirió conocimiento, se interesó en aprender, viajó y curioseó en un mundo tan cambiante como lejano para muchos. 

 

Acabó su carrera de Medicina pero desde hace unos años ya su pasión, su hobby, se convirtió en forma de vida. Al principio su agenda improvisada se solapaba con el calendario de exámenes. Hoy es difícil encontrar un hueco para poder pasar por sus manos. Las agujas han forjado su vida pero aquellas que se utilizan en un hospital para inyectar medicamentos tendrán que esperar porque las que guían su rumbo son aquellas que ilustran la piel y le permiten convertir brazos en lienzos y espaldas en cuadros. Unas obras que no se exhibirán en ningún museo, pero sí que se moverán por el mundo, a su antojo, para siempre.

 

Instagram: @manguelopez

 

 

 

 

 


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×