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Muere Armando Santana, uno de los históricos de la Guardia Civil

Tenía 68 años de edad y junto a su equipo de Información ayudó a resolver muchos casos de asesinatos y robos en Lanzarote

 

  • Lancelot Digital
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    Armando Santana, natural de Gran Canaria pero conejero de adopción, dado que a finales de los 70 vino a trabajar a Lanzarote en el Instituto Armado de la Guardia Civil, moría el Jueves Santo, a la edad de 68 años. Hace más de una década le fue detectado un problema respiratorio, dolencia contra la que luchó de la misma manera que cuando ejercía para que Lanzarote fuera una isla más segura.

     

    Pertenecía a los guardia civiles de la transición española que, con pocos medios, tenían unos índices de eficacia muy altos. Vivió en sus carnes, junto con Falero y Aguilar, entre otros, los problemas de delincuencia que trajo a la isla la modernización de Lanzarote. Una transformación que conllevó complicaciones sociales por la aparición de las drogas, primero el hachís y luego la cocaína, pero sobre todo la heroína. De hecho, tuvo que resolver junto a sus compañeros numerosos crímenes y sonados robos, primero desde el llamado departamento de Información de la Guardia Civil y posteriormente desde la Policía Judicial.

     

     

    Los delincuentes habituales de aquella época, como 'el Tinajero', al que detuvo en varias ocasiones con persecuciones de película por las calles de Arrecife, lo respetaban por su marcada personalidad, que le hizo con los años ser muy apreciado en la sociedad lanzaroteña. Le llamaban a él y a su equipo “la secreta”, pero la mayoría sabía cuando veían el 127 verde color botella camuflado de la Guardia Civil, que ahí dentro iba Armando o Falero, fiel compañero de fatiga, ahora también jubilado. Perteneció a esa generación de guardias civiles que conocían muy de cerca a la mayoría de los delincuentes de la isla y, como el viejo maestro, sabía qué lección darle a cada uno de ellos para resolver los casos lo mejor y más rápidamente posible.

    Armando Santana no era un justiciero, pero siempre pretendió ser justo y cumplir con su deber. Hoy, muchos compañeros lloran su desaparición, porque poco a poco fueron viendo como se apagaba la llama de una persona tan vitalista, socarrona, lista, pero sobre todo tan buen tipo.

     

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