Domingo, 14 Diciembre 2025
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Falleció a los 94 años el que está considerado como uno de los marineros que mejor conocía el litoral pesquero del noroeste insular

 

  • Lancelot Digital
  • Esther Fernández

 

 

Este martes se conocía la noticia de la muerte del que está considerado el último de toda una generación de pescadores en Lanzarote, Feliciano Tavío.

 

Él fue uno de los marineros con mayor conocimiento del litoral pesquero del noroeste insular y uno de los más conocidos pescadores de Famara.

 

Además fue el protagonistas de uno de los “Cuentos de la Vida” que la periodista Concha de Ganzo publicó en Lancelot Medios, tanto en Televisión como en Lancelot en papel.

 

 

Feliciano Tavío, el viejo y el mar

 

 

Feliciano Tavío no renuncia a la mar. A sus casi 93 años sigue soñando con volver a subirse en un barco de pesca y mantener esa lucha de titanes contra una pieza colosal. Él solo abrazado a su caña y la presa tirando con fuerza. Y de fondo, los islotes y más cerca, siempre La Caleta, su cálida trinchera.

 

Cuando Feliciano Tavío nació en la Caleta apenas vivían unas pocas familias, tan pocas, que podían contarse con los dedos de la mano. La mayoría tenía demasiados hijos y poco dinero. Los hombres se iban a la mar y las mujeres recorrían los caminos, de norte a sur, en busca de millo, algo de cebada, agua. Este viejo pescador reconoce que pasó mucho, tanto, que aún, al recordarlo le tiembla la voz y le sale esa rabia contenida.  Siempre cerca de la orilla, junto a la playa. Desde chinijo primero trabajó con su padre, después se fue a África. Y a pesar del esfuerzo, y de los años, no podría vivir sin su único vicio: la mar.

 

A punto de cumplir 93 años, Feliciano Tavío recuerda aquellos días de lucha inesperada en medio de olas gigantes. Las capturas, los pescados con los que llenar el barco, viejas, bocinegros, bogas,  y también los sustos. Como la tormenta que le sorprendió cerca de la Santa, a él y a otro compañero. Estaban solos y algo asustados.

 

Y otra vez, siendo apenas un niño, se volcó el barco y la mano milagrosa de su padre logró sacarlo a flote. Por los pelos, como se coge a una cría.

 

La Caleta también fue y sigue siendo para muchos un pequeño paraíso, ese lugar sosegado, de calles de arena, al que siempre es grato volver. César Manrique, al que Feliciano conoció desde chico, recordaba aquella infancia feliz con veranos que duraban cinco meses. Y de fondo, el risco que se refleja en la playa como un espejo.

 

En medio de aquella escasez, del tiempo eterno que debían dedicar a buscar algo que llevar a casa tampoco se olvidaron de vivir, de disfrutar: en bailes y fiestas. Siempre caminando descalzos y con los zapatos en la mano, para que no se rompieran, para que duraran el año, y el que viene. 

 

La sabiduría sale a bocanadas lentas. Escuchar a Feliciano Tavío supone adentrarse en ese viaje inesperado hacía un mundo que ya no existe. Quedan sus recuerdos, y sus sorpresas. Nunca  imaginó que la isla llegara a cambiar tanto. Los dice y hace aspavientos, aun se asombra ante lo inaudito.

 

Cerca de su barca, anclada, varada,  hasta un nuevo viaje, allí suele pasar las tardes.  Feliciano Tavío no renuncia al mar. A esa vida de pescador paciente, capaz de salir a la costa a bordo de cualquier velero, y quedarse allí, el tiempo preciso. Ocho, nueve meses, y después volver. Por las noches, aún sueña con aquel pescado grande, tan grande que dobló la caña. Y en una lucha de colosos, al final el hombre venció a la presa. Se parece tanto esta historia a una película. A una novela que un escritor norteamericano tituló el viejo y el mar.

 

Al fondo se ven los islotes, y en la playa, los amantes de las olas revolotean como gaviotas salvajes. Cerca de allí, mirando al horizonte, un viejo marinero sigue soñando con el mar, y cómo una vez fue capaz de vencer a una tormenta traicionera que lo sorprendió una tarde de esas, con mucho viento,  y olas enrabietadas que daban miedo.

 


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