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Consecuencias de un cambio de rumbo

Marimar Duarte

 

El misterio de esa parte de su vida era demasiado impresionante para María José, una niña que supo cómo se llamaba cuando cumplió los quince años.

 

Su padre la inscribió como Josefa, con la idea de llamarla Pepita, le encantaba ese diminutivo, recordando a su hermana.

 

Las cosas cambiaron cuando llegó a casa y su mujer vio aquel nombre tan antiguo para una bebé de aquellos años modernos. Ya inscrita y sin poder mover nada para cambiar aquella situación que le producía angustia y ganas de llorar, comienza a pensar en las cartas que tiene.

 

La única posibilidad que tenía Pilar para mover el solo hilo que podía, era la iglesia. La misma iglesia contra la que luchó para que dejaran llamar a sus hijas Araceli, Virginia y Lydia, sin el María delante.

 

Agradeciendo al cura el famoso nombre de María delante, la niña pasa a llamarse María Josefa pero eso solo lo sabe su marido y ella porque la niña fue María José hasta que tiene que entregar la partida de nacimiento en el instituto que entre asombrada y sorprendida, le comenta a su madre el error del documento y la posibilidad de solicitar uno nuevo lo antes posible por los plazos tan justos para la entrega de esos papeles en la secretaría del centro.

 

Pero no, no estaban equivocados. Aquella niña lloró todo el fin de semana, ya no por aquel nombre antiguo sino por la impotencia de desconocer a sus quince años su verdadero nombre.

 

La situación se enfría y ella supera el bache cuando su padre le cuenta la verdad. Le dice que le parece injusto que todos los nombres de sus hermanas los haya elegido su madre sin mediar palabra con él, que fue un poco echarle un pulso porque era él quien tenía que apuntarlas. Sin ser preguntado, tenía que llamar a sus hijas como ella quería, toda la vida.

 

Presenta los documentos y llega el momento de pasar lista en el Blas Cabrera, esa lista general del primer día del curso, cuando reparten al alumnado, mezclado hasta ese momento como un ganado, pendiente de ser ubicado en las clases que correspondían.

 

Y le llega el turno a María José. Al llamarla, obvian el María, pasa directamente a llamarse Josefa Medina Martín para todos sus compañeros de “1 C”. Tal y como ella no esperaba, nadie la mira ni mal, ni raro, ni con risitas ni con más alegrías que las de empezar una nueva etapa al salir del colegio y emprender nuevas aventuras académicas y sociales en el instituto.

 

Se sienta con Miguel Morales Torres, un conejero con sangre granadina por parte de padre que le hace tanto bien en su vida estudiantil, por su salero, sus ocurrencias y su bondad.

 

Miguelito, como ella lo llamaba, llegó a robar crema de la vaca en El Barato para para ella, para que no le hicieran daño las rozaduras de los zapatos nuevos que un día llevó a clase. La tenía mimada y protegida y ella se dejaba. Arrimar el hombro a su favor no le costaba nada, lo hacía con cariño porque Josefa era un ser extraordinario. No era tan estudiosa pero al estar tan atenta en clase, ni lo necesitaba. Ella lo ayudaba con Ingles y con lengua, él a ella en todo lo demás.

 

Crecieron entre mil aventuras pero al llegar a la selectividad sus caminos se separan al menos durante treinta y cinco años que es cuando se lo encuentra en su despacho del Cabildo. Lo reconoce por sus datos y lo hace sufrir con preguntas incómodas durante casi diez minutos, preguntas que no tenían nada que ver con la entrevista ni con la plaza de aparejador a la que él optaba.

 

Josefa le hizo preguntas rebuscadas y tuvo que levantarse más de una vez a reírse, para que él no la viera.

 

Le hizo preguntas como:

 

¿Ha robado alguna vez en su vida?

- No

 

¿Ha dejado que alguien copie de sus exámenes en el colegio o en el instituto?

- No

 

¿Ha acompañado a amigas de madrugada a sus casas a la salida de los guateques cuando andaban perjudicadas?

-Sí

 

Ella se levantó una vez más para poderse reír, menos de lo que le hubiera gustado, antes de rematar con la última pregunta, con la del jaque mate:

 

¿Sabe usted que conocemos en este despacho aspectos personales suyos que lo invalidarían para optar a la plaza?

 

Se levanta muy sorprendido, medio enfadado por la situación y ella rompe a reírse como nunca. Le dice que es Josefa Medina, su compañera de batallas y aventuras del instituto, que lo reconoció por sus datos y por su carita, que de aspecto más maduro, no cambió, con su euforia y alegría, se le acerca y le da un enorme abrazo de colegas pero él no le corresponde. Reconoce aquel humor negro desde la primera pregunta pero le dice que no se acuerda de ella. Contrariado por todo el mal rato que ha pasado, le dice que lo siente mucho pero que caerse del andamio aquel verano al ayudarle a pintar casas a su padre el golpe tan grande que se dio le borró lo sucedido en su vida durante una década.

 

Josefa, bastante sorprendida le pide mil disculpas y ya con ganas de llorar después de tanta burla sana, no sabe dónde meterse. Se pone seria como nunca y comienza la entrevista prevista.

 

Ya por la pregunta nueve, él no puede más y se explota de risa, le dice que quería que ella sintiera lo que él sintió aquellos diez minutos de presión del comienzo del encuentro, ella no para de decirle que es un capullo y que la ha hecho casi llorar, que jamás se había arrepentido tanto de hacer una broma. Se abrazan entre la alegría del reencuentro inesperado, llanto feliz y anhelos de recordar sus vidas.

 

Miguel aprueba la oposición y el destino vuelve a unirlos de nuevo pero esta vez no por mucho tiempo.

 

Josefa recibe una herencia en Uruguay y se traslada al país para disfrutarla pero es una herencia envenenada, es la dueña de una enorme hacienda y de inmensos terrenos pero el testamento la obliga a residir en aquel país hasta su muerte.  Se traslada con sus perros y unas pocas pertenencias con la idea de probar una nueva vida pero le tira Miguel, su compañía, su forma de decirle las cosas, su manera de mirarla y de respetarla pero ya no hay vuelta atrás. Ella envejece con todo tipo de lujos, con muchísimo dinero y con nuevas amistades pero jamás se olvidó de él.

 

Jubilado, Miguel va a visitarla, le lleva dos higueras de regalo, Ficus carica, que sabe que le encantan los higos de su tierra.

 

Miguel y Josefa eran muy parecidos y a esas edades se enamoran de verdad, se casan y juntos, son felices ocho años más. Primero fallece él y luego Josefa que deja libre y sin cadenas aquella herencia a su sobrino Carlos, y no a la iglesia directamente. Él todo lo vende y se instala en Lanzarote donde vive una vida plena en su propia iglesia. Conociendo necesidades de cerca, compra terrenos y los regala a sus fieles para que salgan adelante. Bondades que siente porque ve a donde llega su dinero, porque ve la cara de la gente al recibir semejantes regalos del cura de su parroquia. Porque puede sentir su proyecto de ayuda directamente para que los demás mejoren sus vidas.

 

¿Valió la pena el esfuerzo y el anclaje de Josefa en aquel país y durante tantos años?

 

Pues sí, eso dice la gente que recibió parte de su herencia a través de aquel hombre de Dios y desde aquel lejano Uruguay. Es el rastro del destino, gracias por tanto, repetían.

 

Las cosas pasan por algo, las piezas encajan con el tiempo porque todo es efímero en el reloj del Universo que nos bambolea o nos allana el camino a su placer.

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