Del empleo de la leña en los hogares de nuestros mayores
Por Gregorio Barreto Viñoly
Ahora parece que nadie se lo cree, pero la verdad es que nuestros mayores pasaron muchas necesidades y fatigas para conseguir el tener leña en la cocina, para poder atender el fuego para guisar las comidas a diario, ya que antes de 1960 no había cocinas de gas, y sólo había cocinillas o infiernillos que funcionaban con petróleo y a base de fuelle, aunque también habían unas cocinas de hierro, pero pocas, y no remediaban mucho, y más bien a las casas más pudientes.
Antes, lo normal era el ir aprovechando todo lo que ardiera, para traerlo para la cocina, y así la gente se las arreglaba para ir repelando los resecos de las higueras u otros árboles que se fueran quedando viejos y para abandonar. Y eso era un tesoro, pero a veces no se encontraba mucho y había que valerse de los topetes de penca según se fueran secando. Pero había que mantener la leña seca, ya que mojada no prendía fuego.
También se utilizaban los carozos sacados de las piñas de millo, como algo que ayudaba a las necesidades de la casa, pero se utilizaba en especial en asaderos de piñas..
La penca era uno de los recursos que más a mano se tenían para casos de necesidad, sacadas de los topetes de penca más cercanos, y esto era muy aparente para cuando se trataba de tostar los granos para llevar al molino para hacer gofio.
Pero el principal suministro de leña con el que se contaba era el que se obtenía de la compra de una carga de camello, que venían por la casa a traerla y aún se recuerda de algunos camelleros que eran los más habituales, pero se van de la memoria. Recordemos a Don Juan Zerpa Perdomo y Don Julián Hernández Luzardo, en traer esa leña picada y seca, desde el Malpaís, aparte de muchos otros, donde solía haber personas destacadas y hasta se quedaban en chozas, para ir picando como leñadores, todas las tabaibas, veroles, higuerillas y hasta bobos, que encontraban, como Juan Borges Rocha, Pablo Torres Martín y algunos otros, y todo se dejaba secar un tiempo y ya se traía a domicilio, además de la ahulaga y otros matorrales.
Pero los mismos camelleros también traían muchas cargas de ahulaga, que preparaban en gavillas, con destino a las varias panaderías del Municipio.
También se solían traer cargas de leña del Malpaís en burro, de una forma particular, pero también se traía leña hasta del risco, subiendo esa altura con un a carguita, a nivel particular. Había algunas personas necesitadas, que hacían ese gran sacrificio y después vendían esta poca leña, porque la necesidad obligaba, ya que la economía estaba por los suelos y había que buscar alguna forma de subsistencia. Pero también traían cargas de leña al hombro con el mismo motivo del Malpais, y aún se recuerda de algunas de estas personas, que se merecen el mejor de los recuerdos, ante una vida tan mísera y difícil.
Pero si vamos a lo más antiguo, pensemos que en los tiempos más remotos, ni siquiera había modos de hacer fuego para prender la leña, y para eso habían unas formas muy ancestrales como el hacer fuego provocando unas chispas por frotación de dos piedras duras, con un eslabón y pedernal y empleo de yesca que se hallaba en el Risco.