El hombre-señal
Por Guillermo Uruñuela
El otro día, antes de entrar a trabajar, estaba un policía controlando con esmero el tráfico que “circulaba” por delante del Gran Hotel. Para ser más exactos, no era justo antes de mi entrada en el puesto de trabajo, le vi cuando salí a tomar un café un poco más tarde. Tampoco vamos a exigir al buen hombre-señal que esté allí desde las ocho de la mañana. El donuts de rigor no puede faltar en la dieta de todo buen policía local que se precie.
Día tras día ahí lo veo- no a uno en particular, claro está- realizando su compleja labor de permanecer tieso como una palmera, para dar visto bueno a los vehículos que cumplen los requisitos para pasar y desviar a los que no, con una habilidad fuera del alcance de la mayoría. Es decir, un tipo allí con su gorra al estilo americano y una nueve milímetros a la cintura, tira a la basura su tiempo y lo que es más importante, nuestro dinero.
No hay duda que él no deja de ser un “trabajador”, pero desde luego habría que buscar al responsable de semejante chapuza y decirle que como broma un día está bien pero se le debería exigir que emplee bien los recursos de los que dispone en acciones eficaces y productivas. Pese a ser un servicio extraordinario es igual de inentendible que si lo fuese habitual.
También sé que fue algo provisional que no tendrá más recorrido que el vivido. Y seguramente a la Administración no le afecte de una manera irreparable. Pero eso no le exime de su carácter ridículo. Es otra acción del absurdo más absoluto que ocurre en España día a día en todas las comunidades –Cataluña incluida hasta la fecha-. Y tal y como estamos, cualquier acto, por mínimo que parezca puede ser de ayuda en el proceso de recuperación. Don Arturo Pérez-Reverte, hace una década, comentó en el encuentro organizado por un diario digital muy influyente que “somos un país de gilipollas gobernado desde hace siglos por mediocres, analfabetos y acomplejados. ¿Te parece que lo he dicho suficientemente claro”. Pues eso.