Interno

Andrea Bernal
Lo femenino, de eso no hay duda posible, tiene que ver con la creación natural. Una poiesis constante.
Así, nosotras, identificadas con flores abiertas, pétalos rojos y ardor; somos conscientes de nuestra constante entrega y apertura mucho antes de dar a luz, mucho antes de las criaturas que orbitarán en nosotras y entre nosotras.
El rosa no es nuestro color, no es solo nuestro color. Somos la presencia de todos los colores y el negro de la tragedia que nos acompaña. El dolor de un parto, la ovulación, la menstruación, los cánceres inesperados.
Preguntándome qué escribir en tiempos de guerra, reparé en el tremendo dolor de madres ucranianas cruzando fronteras. Su sufrimiento atroz estos días y las explicaciones en vano que pueden ofrecer a sus hijos en torno a un conflicto armado de tales magnitudes, me estremece.
Somos nosotras, hilos tejidos transparentes de arañas, las que podemos crear un acto común, una solidaridad desde esa lejanía que se convierte en cercanía perpetua. Toda madre puede imaginar el dolor de otras madres.
Constituye uno de los más graves errores humanos olvidar toda interioridad humana, independientemente de su sexo y por supuesto, condición.
Pero alerta. Ese olvido interior también se potencia robotizándonos a nosotros mismos, siendo pantallas entre pantallas, o sumergiéndonos en “homos-cifras”, “homos-esse-suscriptor”.
Nacemos de un dolor. Nacemos de partos. Vidas que quedan abiertas, expuestas, vulnerables.
Si algo somos, es, una gran pregunta. Una persona “atomizada-robot”, se expone al peligro de dejar de ser pregunta. Tal vez Kant fuera, en este sentido, uno de los primeros pensadores en darse cuenta de nuestro error.
¿Qué preguntas ofrecer hoy?. Nada más sencillo y más necesario que un “cómo estás”, no solo en esta guerra, sino en todas, todas, nuestras guerras.
No olviden que una guerra siempre es y será, un espacio común.